Cómo decir adiós. Parte 1


por Eduardo Chaktoura


María llora, desconsolada, la muerte de su padre. Susana, su mamá, despide en silencio al compañero de toda una vida. Rosario intenta superar el abandono de su novio. El novio de Rosario esquiva el duelo y apuesta a una nueva relación. Sergio no ve a sus hijos desde que su ex mujer se los llevó lejos. Lucas está en primer grado y no quiere ir a la escuela porque extraña a sus compañeros del jardín. Nicolás tiene 65 años, le ofrecieron jubilarse y, además de enojarse con el paso del tiempo, siente que están en juego su talento y su identidad.
Apenas unas pocas historias alcanzan para ilustrar la tristeza, la angustia y el dolor que implican los adioses. No conviene ser prisionero del pasado. Todos tenemos la posibilidad de sortear el dolor y convertirlo en algo que nos permita conectar con la vida de aquí y ahora. "Todos los días, en todo momento, ponemos en acto nuestra capacidad para decir adiós. Todos los seres humanos estamos entrenados para las pérdidas, sólo nos falta tomar contacto con esta sabiduría", sostiene la psicóloga Alicia López Blanco.
Esta parece ser la forma más clara y positiva de entender el duelo, ante todo, como una potencialidad. Así como poseemos resiliencia (la capacidad de superar y revertir las situaciones más traumáticas), todos tenemos, con más o menos recursos, la capacidad de atravesar el dolor que provocan las pérdidas.
"Es necesario entender que el duelo por pérdidas es un proceso adaptativo esperable -explica el doctor Oscar Boullosa, médico psiquiatra. Estar en duelo no es estar enfermo. El duelo se convierte en enfermedad cuando no se logra superar el dolor y hay que intervenir por medio de un tratamiento que suele requerir de fármacos y psicoterapia."
Estos dos conceptos -el duelo como potencialidad y el duelo como respuesta necesaria y adaptativa- son fundamentales para entender la importancia que tiene atravesar las situaciones de pérdida. Es necesario y saludable llorar, extrañar, aceptar, soltar, superar, transformar, seguir adelante. Y si no se puede, saber que siempre hay quien pueda brindarnos ayuda o acompañarnos en el camino de las sanas despedidas.
Desde ya que no es lo mismo decir adiós en cualquier situación de pérdida. Todo depende, claro está, del compromiso afectivo que tengamos con lo que hemos perdido, así como del deseo y la fuerza que podamos poner en juego para elaborar la pérdida.
Si hiciéramos un listado de situaciones dolorosas, al principio seguramente pondríamos la muerte y, a pocos pasos, la enfermedad, por su reminiscencia directa con la posibilidad de perder la salud y la vida. Muy en nuestro interior seguimos soñando con ser inmortales e invencibles, pero sabemos que, a nuestro pesar, todo y todos tenemos reservado un comienzo y un final.
Poder decir adiós también tiene que ver con otras cuestiones: una separación o un divorcio, una discusión sin retorno, una mudanza, el exilio, el despido, la renuncia o el retiro de la vida laboral, atravesar cualquier etapa o ciclo vital (la niñez, la adolescencia, ser adulto, envejecer). Salvando las distancias, una película, un libro, una canción, un plato de comida, una taza de café., también tienen un final, muchas veces, incluso, inesperado o amargo.
La lista seguramente continúa. Cada uno podrá sumar o calificar experiencias traumáticas, acorde con sus expectativas, posibilidades y estructura de personalidad. "En todos los casos, sencillos o complejos, cotidianos o inesperados, está implícita una muerte interior. Decir adiós -subraya Alicia López Blanco- implica despedirse de lo que fue y ya no volverá a ser."

Rosario tiene 38 años. Llega al consultorio muy angustiada. Remite su motivo de consulta a la tristeza profunda que le provoca no poder establecer vínculos. Dice que, más allá de no poder pensar nuevamente en una pareja, no puede, incluso, sostener relaciones de amistad y familia. Poco a poco fue evitando cualquier tipo de encuentros y contacto. Rosario se encuentra frente a un gran desafío: descubrir la importancia que tiene cerrar experiencias significativas del pasado para recuperar la autoestima, revivir la confianza y permitirse la entrega. Hace dos años, fue abandonada por el novio. Llevaban cinco años de relación y, según relata: "El me humilló, dejó de valorarme, no encontró nada más en mí como para sostener el amor; se fue con otra mujer".
En muchos casos, no sólo se trata de aceptar el adiós sino de resignificar la mirada sobre el cierre de una etapa. En el relato de Rosario sobran los pensamientos y las creencias de que el amor se acabó porque "no supieron valorarla". Más allá de su enojo, se siente responsable.
Muchas veces, no sólo es el hecho o la figura de la pérdida en sí misma lo que impide o posterga la superación o la transformación del dolor. Lo que ocurre es que nos duele el alma por la valoración real de lo que se pone en juego en la pérdida. Es decir, toda separación es dolorosa; pero, más allá de la ausencia, de ahora en más estará la pérdida de todo lo que pusimos o creímos haber esperado y ofrecido en esa relación.
¿Qué significaba el novio en la vida de Rosario? ¿Qué lugar ocupaba? ¿Nadie podrá ocupar ese lugar? ¿Vivía pendiente de él? ¿Por qué su novio inició una nueva relación a pocos meses de haberse separado?
Cuando una relación termina, las dos partes están en duelo. Cada uno a su tiempo y a su modo. Más allá del rol de víctima o victimario (el bueno o el malo; el infiel y la engañada) con el que solemos etiquetar a los protagonistas, algo se acabó para los dos. Si bien no se trata de asumir o hacerse responsable del duelo del otro, siempre es recomendable buscar las maneras más saludables para transitar las despedidas.

"La tristeza -señala López Blanco- aparece, inevitablemente, ante las pérdidas, y desaparece cuando logramos hacer el duelo. Si podemos separarnos de aquello que perdimos, podremos despedirnos de lo que ya no es ni será, y continuar siendo, esencialmente, nosotros mismos."
Generalmente, en las situaciones de pérdida están en juego otras cuestiones de fondo.
En el caso de Nicolás (65), lo que parece estar en peligro es la identidad. Como a muchos, a Nicolás le cuesta asumir el paso de los años. En charlas sucesivas, logra aceptar, en parte, que la "jovialidad y la energía son actitudes, más allá de la edad que tengamos". Pero cree que no podrá tolerar estar fuera del sistema cuando sea mayor.
Debería haber cursos que nos ayudaran a jubilarnos. El amor y el trabajo son dos ejes cruciales en la vida del hombre y, según explica Nicolás, "no es sencillo saber que ya no nos quieren o que no somos útiles o necesarios".
La valoración de las experiencias tiene relación directa con lo que hemos aprendido y con lo que está establecido por nuestra cultura. Lamentablemente, muchas veces nos vemos obligados a resignificarlo todo cuando parece demasiado tarde.
"El tiempo de los duelos depende de la capacidad que cada persona tiene de desapegarse y de la carga emocional adjudicada a la pérdida de la que se trate", explica López Blanco. Y agrega: 
"Cuando lo que parece estar en juego es la identidad, en caso de quedar excluido de un proyecto o del circuito laboral, el trabajo es reconstruir esa identidad que creemos perdida. Lo mismo ocurre cuando la identidad está ligada a otra persona, que se va o fallece. Más allá de los recursos y las herramientas de cada uno, el desafío es poder transformar el suceso y tomar contacto con lo que irremediablemente nace después de la muerte o la pérdida: otro camino, otra posibilidad, otras experiencias".
Lucas tiene 7 años. ¿Cómo explicarle que sus compañeros de jardín ya no formarán parte de la nueva etapa de vida que está iniciando? Por lo pronto, deberíamos saber qué es lo que realmente extraña Lucas, o qué de lo nuevo le da miedo o no le resulta funcional. Conversar con él, entender su pena, apelar a cuentos u otras historias reales con comienzos y finales (también positivos) lo ayudarán a encontrar la salida de su laberinto infantil, poblado, por lógica, de fantasías.
No demos por supuesto que todos los niños tienen la capacidad de elaborar un duelo y creamos que todo pasa con el tiempo. Los chicos no tienen las mismas posibilidades de expresión que un adulto.
Todos podemos desarrollar esta capacidad de asumir las pérdidas, pero no todos podemos seguir el mismo recorrido hacia la superación. Cada uno emprenderá el camino como pueda y necesitará hacer escalas, paradas o descansos más prolongados.
"Hay personas con mayor inclinación a los cambios que otras -advierte López Blanco-; hay personas más o menos creativas, con inteligencia práctica, emocional o relacional, más o menos desarrolladas. Además de las estructuras de personalidad, todo depende de las experiencias de pérdidas que cada uno haya tenido que atravesar, del aprendizaje que haya extraído de esa experiencia y de su capacidad de afrontamiento. Lo importante es tomar conciencia de la finitud de todo en la vida. Al aceptar este hecho hemos dado el primer paso para avanzar en la dirección del logro."

Fuente: http://www.lanacion.com.ar/1401005-como-decir-adios



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