Cada día oro por mi país


por Harry Czechowicz

Quizás a causa de las dificultades que surgen y se acumulan en el país de destino, dificultades que me confunden y que a veces tomo a título demasiado personal –diciéndome interiormente que no debería preocuparme tanto  y que con el tiempo aprenderé a superarlas pues conoceré mejor las reglas de juego- me sorprendo al observar que con mayor frecuencia me dedico a orar para que las cosas, así sea lentamente, se arreglen en mi país de origen: Venezuela. 
Oro por el regreso del sentido común, regreso que a la vez me permitiría volver en forma permanente, pues luchar cuando hay esperanzas de cambio tiene mayor sentido. 
El no poder determinar si el tiempo de inserción en el nuevo país puede traerme tantas o mayores complicaciones de las que encontraré si regreso a mi país de origen, sumido en un lento proceso de recuperación nacional, hace surgir en mí la desesperanza.
En una reunión con otras personas de diferentes países latinos, alguien se describía a sí misma como si fuera una especie de holograma, una presencia virtual, una fotocopia cuyo original seguía en México, donde estaba su alma, cuerpo, afectos y pertenencia. En cambio, en Canadá funcionaba como imagen holográfica y esa dicotomía, esa disociación, le daba control porque había decidido que le ahorraba el malestar de confrontar su realidad en Toronto, donde no podía certificarse ni ser voluntaria en las áreas en las que en su país de origen siempre había prestado un excelente servicio.
Me imaginé lo terrible que sería vivir de esa manera, pero entiendo que la muy lenta recuperación de identidad con todas las actividades que la definen es a veces sumamente cruel y al mismo tiempo la antesala de un Trastorno Afectivo Migratorio (T.A.M), descrito en www.ccmigratoria.com.
La migración pendular es, entre todas las opciones, una de las más perjudiciales pues la persona corre el riesgo de ser ese “holograma” en ambos países, el de origen y el de destino. 
Por eso, cuando me asalta la angustia del dilema existencial que está tan relacionado con las situaciones del entorno de origen, solo me quedan dos alternativas. La primera, agradecer haber podido contar con los recursos y visión necesarias para tener el conocimiento, en carne propia, de las ventajas y desventajas de emigrar. La segunda, más elevada y sutil, cambiar mis expectativas y salir de la adicción al rumor al observar solamente lo negativo, aunque sea real, pero sin el balance atento de tener en cuenta cómo era mi vida en mi país. 
Por eso oro cada día por mi país, por Venezuela, porque haya esperanzas para los ciudadanos, diálogos, búsqueda de un equilibrio viable en una sociedad todavía tan polarizada, por un futuro para los jóvenes, para los estudiantes, para las personas que viven en una extrema pobreza de valores y otros de recursos. 
La sumatoria de esas oraciones por el bienestar común, por el renacimiento de la esperanza que perdure y no se diluya en el acontecer diario, son en realidad una oración por mí, para volver, para contribuir en lo posible desde donde sea posible, porque allí me es más fácil, dentro de las dificultades inmensas del país, recuperar la alegría, el significado y el propósito, pese a la adversidad que representan la inseguridad y la ignorancia. Orar por esa luz de esperanza para volver es un anhelo compartido por cientos de miles de emigrantes, no solo de Venezuela, sino de cualquier población agotada y enferma a causa de la incertidumbre. Orar por nuestra salud y la de nuestros países. He encontrado que un fuerte deseo que nace del espíritu y del corazón tiene mucho mayor peso que el simple análisis pragmático. Así sea.

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