¿Turista o Inmigrante? (Parte final)


Noviazgo Vs Matrimonio
por Harry Czechowicz y Sonia Peña Czechowicz 




Para una mejor comprensión, vale la pena establecer una comparación entre el noviazgo (turismo) y el matrimonio (inmigración). A veces se cree que un noviazgo -corto o largo, durante el cual los novios viven con sus padres, financiados mientras estudian o trabajan- es equivalente a un matrimonio legalmente constituido. Se obvia el hecho de que durante el matrimonio la pareja debe hacerse responsable económicamente por ellos y sus familias, compartir sus espacios materiales, psicológicos, emocionales, con los conflictos, respuestas, decisiones y demás aspectos de un compromiso de ese nivel. La pareja puede llegar a preguntarse qué o quién ha cambiado y por qué no pueden ser “como al principio”, cuando se conocieron, cuando todo lo curaba la ilusión del amor. 
Esta ingenua aspiración de que todo permanezca igual en el tiempo, se repite con frecuencia en las expectativas del inmigrante quien, cuando llega, encuentra alivio y siente entusiasmo pero, después de varios meses, su realidad le hacer caer en cuenta de que era “en serio”. ¿Por qué esa miopía tan grave? Porque las expectativas nunca pasaron por el tamiz de la realidad. 
En el noviazgo solo eran turistas en el amor, pero nunca habían emigrado a su esencia plena en el matrimonio. En esa percepción distorsionada no estaban considerados los ingredientes centrales: la información requerida para entender la necesidad de maduración y cambio personal. 
A diferencia del noviazgo, el matrimonio implica preparación personal, negociación, aceptación de cambios en el otro, adversidad y desarrollo. Cuando estos cambios no suceden, los novios -o turistas en el amor- seguirán haciendo travesías de descanso en otras relaciones, donde siempre puedan ser ingenuamente jóvenes.

¡Adiós al noviazgo!
Ahora bien, ¿qué pasa cuando las personas entienden que han dejado de ser turistas para ser inmigrantes? Podría parecer un descubrimiento súbito, pero en realidad es una situación que viene gestándose, posiblemente de forma inconsciente, y aflora en un determinado momento para actuar como un detonante. 
Tomemos como ejemplo el caso de una pareja que vive en una ciudad donde no encajan, donde no han encontrado las oportunidades que esperaban. Tienen una propiedad que no disfrutan o que, simplemente, no pueden pagar y ya se han descapitalizando. Tiene una movilidad limitada por factores económicos y no pueden darse el lujo de abandonar sus trabajos ni siquiera por un corto tiempo. Lamentablemente, ya han invertido un tiempo valioso, esfuerzos y recursos basándose en una percepción claramente inadecuada. En este caso, no queda otra alternativa que revisar el escenario presente en ese nuevo país, corregir el rumbo hasta donde sea posible y tomar el control de la situación para reajustarla a la realidad vigente.
Muchas veces se “cae en cuenta” de la nueva condición de inmigrante en circunstancias más difíciles. Por ejemplo, la persona trabaja en forma incansable, en condiciones desfavorables de horario, remuneración y baja aceptación como parte del equipo. Se topa con la enorme dificultad de convalidar títulos profesionales y, si lo logra, parece una verdadera hazaña ya que en esos países no hay convenios de homologación. El efecto detrimental de este descubrimiento sobre el profesional es devastador. Si esto se hubiese considerado y analizado antes de emigrar, además de contemplar qué actividades alternas estaba dispuesto a emprender, como estudiar o abrir alguna actividad comercial, conociendo las regulaciones y características del país, la posición en la que se encontraría sería diametralmente diferente.
En otros casos, las personas regularmente pasan un tiempo en su país de origen y otro tiempo en el nuevo destino continuando con sus actividades cotidianas en ambos espacios, debiendo ajustarse a la obligatoriedad de cumplir períodos en el país de destino para poder renovar su status de inmigrante.
Al final, al “caer en cuenta”, muchas veces y a pesar de las circunstancias, se deciden por una migración de retorno a su país, o a otro país, donde puedan trabajar y proyectarse. 
De ahí que se insista tanto en la importancia de documentarse e informarse sobre cómo emprender un proceso migratorio de la manera más adecuada evaluando la realidad cuando aún está en su país de de origen. Este ejercicio “situacional” cuando se evalúa la decisión de emigrar lo ayudará a prevenir males mayores en un destino poco conocido, le servirá para considerar su realidad y no basarla solo en percepciones o fantasías. Para sortear adecuadamente esta etapa de su proceso migratorio ya existe un término y un sistema: Inteligencia Migratoria, y un proceso: el Puente Migratorio.
Las personas que experimentan su proceso migratorio como una forma de exilio, esperando volver cuando las circunstancias lo favorezcan, se mantienen en una situación incómoda, prolongada. No saben si “aquello” se arreglará, de modo que su vida transcurre en una especie de hibernación, de postergación, sin grandes cambios en adaptación o integración al nuevo país. Mientras, distraen su tiempo sin darle valor agregado a las posibilidades que se abren. Si vuelven a su país, necesitan hacer un gran trabajo de reinserción en esa realidad diferente, pues la cotidianidad cambió, la gente aprendió a vivir sin ellos y con frecuencia resienten ese “exilio” como abandono. Por ello, es central mantener vivas y abiertas las vías de comunicación para seguir siendo parte de la sociedad de origen.

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