Ahorrar para emigrar y poder hacer visible lo invisible

Pablo Boneu, artista inmigrante, nos invitó un día a destruir nuestro dinero; nos desafió a no poseer nada. Ahora en 'Visibles e invisibles' nos previene contra las ilusiones y los valores falsos
Analía Iglesias


Pagar con arte. Reembolsar con ideas una deuda monetaria. Eso es lo que hizo un emigrante argentino que pidió prestados mil dólares para llegar a México y cuando, 10 años después, quiso devolverlos, el amigo generoso había olvidado el préstamo. Entonces, Pablo Boneu (Córdoba, Argentina, 1969), el emigrante, decidió encarar un proyecto a la altura del valor simbólico de ese dinero que le había permitido cumplir su sueño de llegar al Hemisferio Norte.

Instrucciones para destruir dinero
se convirtió en una obra conceptual que pudo verse, hace un par de años, en museos y galerías mexicanas y argentinas, y que a muchos de los espectadores dejó perplejos, algo incómodos y muy movilizados. Y es que el artista-emigrante nos invitaba a destruir nuestro dinero, las tarjetas de crédito y los cheques. Para ser directos, nos desafiaba: a ver quién se atreve a sentir el pánico a la vez que la "liviandad" de no poseer nada y, por tanto, no tener nada que defender con nuestras angustias. De allí salió un libro, que puede consultarse online.

Boneu llega en estos días a España para presentar obras suyas más recientes en la Galería Blanca Berlín, de Madrid. Visibles e invisibles se llama la selección de fotografías impresas sobre una urdimbre de hilos de cáñamo, que puede verse desde el 11 de septiembre, en la galería de Conde Duque.

“Aunque el proyecto, formalmente, pueda parecer muy distinto a Instrucciones para destruir dinero, en el fondo hablan de lo mismo: las ilusiones perceptivas y cognitivas que nos predisponen a ver cosas donde no las hay o a darle valor a algo que no lo tiene”, nos comenta el artista desde México.

Y si la palabra está, como Boneu dice, “devaluada”, entonces él procura expresarse ampliando los sentidos de una imagen. Así, multitud de nuevas posibilidades de significado se abren paso —entre hilachas— a partir de las fotografías sobre hilos de cáñamo con diferentes capas yuxtapuestas. Se trata de hilos “atados o desgarrados para dejar entrever la imagen que está oculta inmediatamente detrás”.

¿Quién con más enjundia que un migrante, que ha sido o sigue siendo invisible, para preguntarse y preguntarnos sobre lo exhibido y lo oculto?

¿Quién con más autoridad que un migrante para demandar respuestas sobre lo que vale con intereses financieros en alza o lo que se deprecia casi caprichosamente?


¿El migrante sabe que, en el mundo actual, el dinero tiene un valor simbólico superior al de todos los tiempos mientras, paradójicamente, los bancos imprimen papeles a toneladas?

¿Intuye el migrante que también los seres humanos están revestidos de un valor simbólico que se reparte de una manera a simple vista aleatoria pero regida por leyes y protocolos precisos de vigor y obsolescencia?


“Voy a destruir 1.000 dólares. Durante varios meses ahorré ese dinero tan solo para este propósito. Por dos años guardé ese dinero en una maleta sin decidirme a comenzar a destruirlos. Cuando un amigo viajó a Nueva York, le pedí que cambiara mi dinero por 1.000 billetes nuevos, de un dólar, todos de la misma denominación. La serie en cuestión resultó ser la S03A B85959001E. Quizá todo esto sea irrelevante, pero me gusta pensar que al destruir ese dinero numerado consecutivamente, una porción definida de dinero dejará de existir como tal, un paréntesis en blanco de casi 12 metros cuadrados de línea de impresión del Tesoro Federal de los Estados Unidos. He terminado de armar mi primera trituradora: su nombre es Money Destroyer”, escribía Boneu en el libro.

El artista narra el día a día del proceso que lo llevaría a tener esa serie de billetes triturados y expuestos en un friso con la leyenda Este cuadro no vale 1.000 dólares. Narra las contradicciones de necesitar el dinero y a la vez necesitar destruirlo, sus reflexiones sobre la naturaleza delictiva de tal acto estético y hasta la decepción por que aquello que creía una obra inquietante termine convirtiéndose en el acto banal de un hombre encerrado.

Boneu hace preguntas retóricas (él mismo duda de sus “provocaciones”) y, por lo tanto, no tenemos por qué contestar si deseamos asomarnos por detrás de la superficie del cáñamo expuesto o si somos capaces de triturar apenas uno de nuestros angustiosos billetes. Simplemente nos acerca otras posibilidades de ver, porque, como él mismo aclara, “hay tantas imágenes que ya casi estamos ciegos”.

Fuente: http://elpais.com/elpais/2014/09/09/planeta_futuro/1410251639_440688.html

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