¿Quién es latino? Parte 1

La complejidad de razas, nacionalidades y opiniones dentro de la comunidad de origen hispano de Estados Unidos desborda el término utilizado para definirla
Carlos Lozada. Agosto de 2013.


“¡Cállate, mexicano estúpido!”. Las palabras salieron escupidas de los labios de un chico pálido y pecoso que me estaba provocando en el patio de la primaria. Quisiera recordar qué dije para inspirar el insulto. Pero más de tres décadas después, solamente recuerdo mi respuesta. “Estúpido peruano”, aclaré, apuntándole con el dedo.
Mi familia había emigrado de Lima al norte de California unos años antes, por lo tanto mi nacionalidad era un hecho, mientras mi estupidez era una cuestión de opinión. La respuesta confundió tanto a mi compañero que mi primer encuentro con el prejuicio terminó tan rápido como había comenzado. El recreo continuó.
Hoy en día, mi obsesión de niño de preescolar por la nacionalidad parece un poco anticuada. Peruano o mexicano ¿acaso importa? Hoy en día todos somos latinos.
Y que no nos llamen estúpidos. Los latinos se han vuelto emocionantes, deseados. En la elección presidencial de 2012, el voto hispano ayudó a impulsar a Obama (con el 71% de los votos hispanos) por encima de Mitt Romney (con el 27%). Cuando los políticos usan su linaje hispano para ganarse una precandidatura presidencial o un puesto dando el discurso principal en una convención del partido, cuando un Congreso estancado intenta pasar una reforma migratoria porque los demócratas no nos quieren perder y los republicanos nos quieren seducir, y cuando Univisión le gana a NBC en las audiencias de prime time, se sabe que los 51 millones de latinos de Estados Unidos son oficialmente atractivos, clickeables, imposibles de ignorar. Y si alguien escribe una disertación argumentando que somos más tontos que los estadounidenses blancos, perderá su trabajo. Incluso en la conservadora fundación Heritage. No se puede hacer.
La atención es agradable, lo admito. Nuestra extracción inmigrante o descendiente de inmigrantes ya no es considerada una carga. En el maravilloso reduccionismo de la política norteamericana, es una gran historia.
Pero es una historia con un giro impredecible en la trama: no está claro qué quiere decir realmente ser latino (o hispano), y la mayor parte de los hispanos ni siquiera se identifican con el término.
¿Es ser latino una cuestión de geografía, tan simple como decir de dónde viene uno o sus antepasados? ¿Es el idioma que habla o cómo lo hace de bien? ¿Es alguna cultura común? ¿O es simplemente ser de tez vagamente morena y un apellido que termina en las letras a, o, o z? 
Los políticos montan operaciones para llegar a los latinos, las empresas lanzan campañas de mercadeo para atraer a los “superconsumidores” hispanos, y aún así, dependiendo a quien se le pregunte —políticos, académicos, periodistas, activistas, investigadores o encuestadores— uno encuentra definiciones e interpretaciones contradictorias.
Si todas las identidades étnicas son creadas, imaginadas o negociadas hasta cierto grado, los hispanos americanos son un ejemplo poderoso. Como parte de un esfuerzo en los setenta para medir mejor quién estaba usando los servicios sociales, el Gobierno federal de EE UU estableció la palabra “hispano” para marcar a cualquier persona con ancestros en España o América Latina, y exigió que se recogieran datos sobre ese grupo. “El término es un invento estadounidense”, explica Mark Hugo López, director asociado del Pew Hispanic Center. “Si uno va a El Salvador o la República Dominicana, no oye necesariamente a la gente decir que son hispanos o latinos”.
Y puede que tampoco lo oiga mucho en Estados Unidos. Según una encuesta de Pew en 2012, solamente una cuarta parte de los adultos hispanos se identifican más frecuentemente como hispanos o latinos. Más o menos la mitad dice que prefieren decir el país de origen de su familia, y una quinta parte dice que son estadounidenses. Entre los latinos de tercera generación, casi la mitad se identifican como estadounidenses.
La Oficina de Administración y Presupuesto define a un hispano como “una persona de origen cubano, mexicano, puertorriqueño, sur o centroamericano, o de otra cultura española, sin importar la raza”, más o menos igual de específico que llamar a alguien europeo.
“No hay coherencia en el término”, dice Marta Tienda, socióloga y directora del Centro de Estudios Latinos de la universidad de Princeton. Por ejemplo, aunque oficialmente se supone que debe tener connotaciones de etnicidad y nacionalidad en vez de raza —después de todo, los hispanos pueden ser negros, blancos, o de cualquier otra raza— el término “se ha vuelto una categoría racializada en Estados Unidos”, según Tienda. “Los latinos se han vuelto una raza por omisión, simplemente por el uso de la categoría”.
Entonces ser hispano puede ser cuestión de origen, o puede ser un asunto de raza, o puede tener una combinación que los hispanos pueden definir por sí mismos, si usan el término, aunque la mayoría no lo hace.

¿O se trata de una cultura panlatina?
Janet Murguia, presidente del Consejo Nacional de La Raza, enumeró los elementos básicos: “Culturalmente estamos unidos por el idioma, un amor compartido por el español, aunque aprendemos inglés”, me dijo. “Una fe fuerte, familias fuertes, un fuerte sentido de comunidad. Esos son los valores que tenemos en común”.
"El término es un invento estadounidense", dice el investigador Mark Hugo López, del Pew Research Center.
Sergio Bendixen, un consultor de estrategia en política y medios hispanos con base en Miami, está de acuerdo con que existe una cultura hispana, pero la define de manera muy diferente. “No es realmente un idioma o la Iglesia Católica, o que vengamos de un país u otro”, dijo. Es una cultura que “le da una importancia tremenda a las relaciones humanas y a celebrar la vida; que da libertad de mostrar las emociones, en vez de reprimirlas. Eso realmente es lo que une a todos los hispanos”.
Si hay algo que une a todos los hispanos es que no creen que comparten una cultura común. El Pew Hispanic Center encontró que casi 7 de cada 10 hispanos dicen que vienen de “muchas culturas diferentes” y no de una sola. “Pero cuando periodistas, investigadores y el Gobierno federal hablan sobre latinos”, dice López, “están hablando de un solo grupo”.
La ausencia de una cultura unificadora tiene aún más sentido a medida que la comunidad evoluciona y se expande. Los días en que los hispanos podían ser clasificados sobre todo como trabajadores migrantes mexicano-americanos en el suroeste, puertorriqueños en Nueva York, y cubano-americanos en el sur de Florida, están desapareciendo. Los salvadoreños están alcanzando a los cubanos como el tercer grupo latino más grande en el país, por ejemplo. Y adivine cuáles son los cuatro Estados donde la población hispana ha crecido más rápido en la última década: Carolina del Sur, Kentucky, Arkansas y Minnesota.
Incluso el idioma español está perdiendo su poder como un marcador cultural para esta comunidad. Casi 80% de los hispanos en Estados Unidos dicen que leen o escriben español “muy bien” o “bastante bien”, según Pew, pero solamente el 38% dice que es su idioma primario, mientras otro 38% dice que es bilingüe, y el 24% dice que el inglés es su idioma dominante. Cuando llega la tercera generación, casi 7 de cada 10 latinos dicen que su idioma dominante es el inglés. No es sorprendente que la batalla más grande entre las compañías de medios hispanas es por el mercado latino angloparlante.
¿Es hablar español con fluidez una precondición para la latinidad plena? Si lo es, algunos como el gobernador republicano de Nevada Brian Sandoval y el alcalde demócrata de San Antonio, Julián Castro, no serían parte del club.
Yo, personalmente, no los sacaría de la lista.
Si ni el idioma, ni la raza, ni una cultura en común son suficientes para definir o unirnos, tal vez la política pueda ayudar.

Este artículo fue publicado originalmente en inglés en The Washington Post
Traducción: Laura Jaramillo
Fuente: http://internacional.elpais.com/internacional/2013/08/25/actualidad/1377383271_522248.html

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