¿Qué va a hacer usted con sus heridas?


Contra las falsas evidencias de la psiquiatría, Boris Cyrulnik propone volver al sentido común. Y a las estadísticas: una infancia infeliz no conduce necesariamente a toda una vida infeliz; una infancia feliz no lleva necesariamente siempre a un desarrollo saludable.

Entrevista a BORIS CYRULNIK (*)
Por Catherine Nay y Patrice De Meritens (**)



Entrevistador (E.): ¿El título de su libro "La Maravilla del Dolor" podría hacer pensar que usted hace la apología de la desesperación?

Boris Cyrulnik (B.C.): Al contrario se trata de un libro de esperanza, porque luego de haber escuchado durante 35 años de carrera psiquiátrica, incluyendo de la boca universitarios y terapeutas, que uno no se repone de ciertas heridas de la primera infancia, ¡yo afirmo lo contrario !
Esto nos lleva a una estrategia de la existencia totalmente diferente. Cuando uno es psiquiatra, la cuestión no será entonces afirmar a quienes nos visitan: "Ustedes están heridos, ¡ustedes están perdidos!" sino de formular la pregunta: "¿Qué va a hacer usted con sus heridas?".
La visión profesional es por definición sesgada puesto que en nuestros consultorios, sólo vemos a la gente herida que no tuvo la suerte de poner en marcha los mecanismos de resiliencia, y para quienes la psicoterapia constituye un modo de defensa contra la agresión. Felizmente, no es el caso de todo el mundo.

E.: ¿Qué entiende usted por resiliencia?
B.C.: Es un término de la física que designa la resistencia al choque o a la presión de un material. Los buzos de Toulon lo emplean corrientemente. Aplicado a la psiquiatría, demuestra que un niño se las arreglará mejor si antes de la herida psicológica – lo que se llama el "estropicio" (o de la caída estrepitosa), pudo "tramar" un principio de personalidad, y si alrededor de él, luego del estropicio se le organiza una red de "tutores del desarrollo", es decir, posibilidades de sostenerse, de agarrarse de alguien o de algo.
El hecho por ejemplo de perder a su madre en la temprana infancia, no condenará forzosamente al adulto a la infelicidad si encuentra ayudas sustitutas. René Spitz, que fue presidente de la Sociedad Británica de Psicoanálisis y Anna Freud fueron los primeros, durante la segunda guerra mundial que sostuvieron esta teoría, pero lo que hoy parece una trivialidad fue muy mal recibido en aquella época e incluso más tarde, porque en los años ’70, esta idea le costó su puesto de profesor al psiquiatra John Bowlby.
René Spitz y Anna Freud pretendían que si un niño había sido privado de madre de forma duradera durante sus primeros años, pasaba por tres estadios que todos los psicólogos conocen –protesta, desesperanza e indiferencia- pero si se les proponían sustitutos varios durante el periodo crítico de su desarrollo, podía retomar el curso del mismo.
Para dicha afirmación Spitz se apoyó en el estudio de varias poblaciones, una de las cuales de 200 bebes sobre los cuales 19 murieron, 23 resultaron antisociales, delincuentes y psicópatas mientras que todos los otros salieron adelante. ¡Es precisamente por el hecho de que salieron adelante que nadie se interesó en ellos!. Una vez que uno escapa a las consultas psiquiátricas sale de los parámetros de estudio, ya no hace parte de las conclusiones y es así como se perpetúa la leyenda de la maldición de la infelicidad.
Afirmando esto, yo soy consciente de ser "psiquiátricamente incorrecto", pero hace falta que alguien se dedique a poner un cierto número de ideas simples en su lugar...

E.: Encuestas realizadas en medios o ámbitos que favorables, demostraron que se llegaba a la misma proporción de depresiones y accidentes psíquicos que en la población en general...
B.C.: Sí. Le debemos al psiquiatra norteamericano George Vaillant este excelente trabajo. Él siguió 240 estudiantes de Harvard. De estos trabajos, surge que el 30 % de niños no heridos de Harvard presentan descompensaciones psíquicas graves, lo que prueba que los factores determinantes difieren según las etapas de la construcción de la personalidad.

E: ¿Podemos deducir que una infancia demasiada protegida le impide al niño construir sus mecanismos de resiliencia?
B.C.: Es lo que pretende Vaillant arriesgándose a que le reprochen la aceptación del maltrato de los niños, cuando en realidad se trata simplemente de no sobreprotegerlos. Si se maltrata un niño, no solamente se lo hiere (o lastima) de por vida sino también se lo puede matar afectivamente –es el caso de los pequeños rumanos anaclíticos- sin embargo, un niño sobreprotegido no es un niño feliz en la medida en que está privado de victorias. La experiencia lo ha aprobado: en una población privilegiada, aquellos que les va mejor son quienes tuvieron que afrontar pequeñas pruebas, desafíos, naturalmente adaptados al estadío psíquico de su desarrollo.

E.: ¿Cómo define usted una pequeña prueba?
B.C.: Se trata simplemente de aquello que no es dado de entrada, de lo que demanda un esfuerzo particular. El ejemplo tipo de la dedicación materna o paterna valorizado por nuestra cultura llamada de Spok –se trata del médico que defendía la teoría de que había que dejarles hacer todo a los chicos, y de quien los norteamericanos dicen hoy que arruinó a toda una generación- es esa frase emblemáticas de padres que se consideran perfectos cuando en realidad no son más que simbióticos (o fusionales): "Tengo frío, ponte tu pulóver, abrígate!". Quieren ser tan buenos padres que resuelven los problemas del niño en su lugar. Eso priva al niño de toda iniciativa, por lo tanto, de toda victoria y de todo orgullo de él mismo.
Una madre sacrificada, que declara que ella no cuenta, no educa mejor a su hijo que una madre personalizada, es decir, capaz de afirmar su autoridad diciendo "yo". Se trata de hacer progresivamente responsable al niño. Insisto sobre el hecho de que esto no significa de ninguna manera que los padres deban ser malos: yo creo al contrario que es fundamental que una madre sea gentil y un padre presente. Esto es evidente.

E: "La resiliencia se construye", dice usted. ¿Puede también ser instintiva?
B.C.: La palabra "instinto" es un término inventado en el siglo XVIII para a Descartes, de manera de separar a aquellos que tienen un "instinto" de aquellos que tenían "un alma". Le creó un problema a la biología y hoy se lo considera obsoleto. Todos aquellos que sobrevivieron a los campos de concentración se construyeron su propia resiliencia: yo conocí un polaco que me dijo haber podido salir de Auschwitz porque él buscaba acordarse de ciertas frases de Proust. De esta manera recreaba un mundo íntimo de poesía que le permitía evadirse de una realidad terrorífica.
Genoveva Anthonioz-de Gaulle encontró el mismo mecanismo de defensa, cuando explica que ella siempre buscaba acercarse a "aquellas que conocían poesías". Es la búsqueda y afirmación de aquello que es específicamente humano, lo que construye la resiliencia y condiciona la supervivencia frente a las máquinas de triturar totalitarias.

E.: ¿Cuáles son los mecanismos que permiten esta construcción de la resiliencia?
B.C.: Son mecanismos de defensa y adaptación, inevitables pero a menudo costosos y que remiten a la metáfora de la amputación de la pierna engangrenada para salvar al resto de la personalidad. En los niños heridos se encuentran mecanismos de defensa que pueden durar casi toda la vida. Los más frecuentes son el "clivaje" y "la negación".
En lo que se refiere al clivaje, pensamos que si uno comparte su herida, será considerado por el otro como una víctima y que se identificará con su mirada llena de compasión. Esta fórmula conduce a realizar una carrera de víctima: el hecho que los niños de la asistencia pública que no eran enviados a la escuela terminaban como empleados de granja o domésticos era una profecía creativa que existía en la mirada de aquellos que Freud llamaba los normópatos, es decir, anormalmente normales, puesto que se sometían a toda regla social. El polo opuesto del clivaje es que si uno se pasa todo el tiempo expresando su herida, uno se somete a una identidad narrativa que uno terminará por aceptar haciendo (o realizando) una carrera de sub-hombre de pobre tipo pero si uno esconde su miseria y se defiende de la mirada del otro, uno logrará ofrecer de sí mismo la parte sana de su personalidad a costa de, todas las noches en la intimidad, de sufrir a escondidas –lo que se llama "la cripta" - y a revivir para sí su tragedia dolorosa, la cual depurándose con el tiempo se torna más y más violenta. Es el precio de la adaptación a la mirada social.
El segundo mecanismo es el de la negación. Consiste no en esconder como en el clivaje, sino en minimizar los acontecimientos vividos y hacer creer que esta perspectiva es muy normal, lo cual es falso. Es una forma de autoengaño para recuperar la autoestima. Es igualmente un mecanismo de defensa costoso en la medida que impone adaptar su estrategia de vida al engaño y no a sus capacidades familiares, personales o sociales. Eso genera falsas esperanzas, falsas creencias: por ejemplo empleados de granja que sueñan toda su vida en convertirse en famosos comediantes. Algunos lo logran, pero la mayoría parten en la dirección de ese sueño sin procurarse los medios para concretarlo. De ahí nacen crueles desilusiones...

E.: ¿Y se desarrolla uno u otro de estos mecanismos?
B.C.: Casi siempre los dos. Es una legítima defensa pero que puede volverse peligrosa.

E.: ¿Existen mecanismos más constructivos?
B.C.: Sí, por ejemplo el altruismo. Es muy frecuente por ejemplo en mujeres violadas que, los dos tercios de ellas frecuentan asociaciones. Esto les permite, a menudo sin hablar de ellas mismas, comprender y saberse comprendidas, escuchadas. Lo que le permite afirmar a Maryse Vaillant que ellas se reparan reparando.
Está también el recurso del humor. Stalin pretendía, respondiendo al poeta Jaques Prévert cuyo espíritu vivaz y espontáneo lo fastidiaba –para un comunista- que "los pueblos felices no necesitan humor". La observación, más allá de ser sospechosa de un humor negro subyacente, no es totalmente falsa en la medida en que el humor permite establecer una distancia con el trauma. Es una forma, expresando su sufrimiento, de provocar la sonrisa y no la compasión y por lo tanto de dominar la situación emotiva. Es lo que describe maravillosamente el film de Roberto Benigni La vida es Bella. Simultáneamente, también muestra la ambigüedad de tal actitud: si el humor permite soportar lo insoportable, puede conducir a adaptarse a la agresión a tal punto de volverse la víctima de la misma. De ahí la última frase de la película: "Ganamos, los engañamos pero estamos muertos de risa..."

E.: En su cruzada contra el pensamiento único en psiquiatría, usted afirma también que es falso afirmar que un niño golpeado será un adulto violento...
B.C.: ¡No solamente es falso, sino que es criminal difundir esta idea!. Muchos ex niños maltratados explican en la intimidad de los consultorios médicos de que cuando se enamoran, la angustia les impide declararse y los lleva a hacer todo lo posible para alejarse del ser querido, a fin de no fundar una familia y de evitar así reproducir el esquema parental. Esto vendría a expresar que los niños que han sido maltratados por sus padres son luego maltratados por la cultura de aquellos que cobran por protegerlos. Efectivamente ellos sólo tratan a aquellos que repiten el maltrato sin tener en cuenta a aquellos que se sustraen. Sólo tienen en cuenta a aquellos que justifican la teoría.
Sin embargo, muchos investigadores del CNRS ( prestigioso Centro de Investigación del Estado francés) hicieron el estudio inverso y mostraron, junto al británico Michael Rutter que sólo el 40 % de los niños maltratados, fueron padres maltratadores.
Por mi parte yo seguí a 43 niños maltratados, pero salvados por un sistema social que funcionó bien. Los seguí luego en psicoterapia cuando ya alcanzaron el estadío parental. Otros colegas hicieron los mismo y observamos que solamente hubo entre un 5 y 10 % de repetición del maltrato por el hecho de que estaban bien contenidos psicológicamente y socialmente.
No deja sin embargo de ser igualmente cierto que si se aplica este porcentaje a los 60.000 niños maltratados de nuestro país, quedarán entre 3.000 y 6.000 niños maltratados que repetirán el maltrato o sea un número suficiente para llenar todos los consultorios y justificar la teoría de la maldición de la infelicidad. Esta metodología ignora al 95 % de los niños maltratados que dicen –lo que yo mismo escuché con mucha frecuencia: "Después de lo que yo viví, si me atreviera a levantarle la mano a mi hijo me moriría de vergüenza".

E.: En el transcurso de sus investigaciones, usted inventó un curioso juego de palabras: El "para-dicho"("para- dit...")
B.C.: ¡Imagínese que para mi gran sorpresa los semióticos y los lingüistas están encantados con este juego de palabras!. Si consideramos el contexto o el como de la palabra, advertimos, que hay una manera de decir "te amo" por ejemplo, que significa lo contrario... es precisamente aquello que es intensamente percibido a través de ciertas rigideces, ciertas tonalidades o crispaciones. Las personas heridas estás clivadas pero el secreto chorrea, supura, siempre e indica la zona misteriosa, la cual está más en el orden de lo no dicho que del secreto y constituye el para-dicho.
Yo puedo ilustrarlo con el caso de una señora, que ingresó en la Resistencia a la edad de 15 años y que tuvo que matar a un responsable de la Gestapo, acto que los nazis sancionaron fusilando a 30 rehenes. Esta mujer permaneció sola con el peso de este acto organizando toda su vida alrededor de esta culpa la cual no compartió con nadie. Todo lo que ella no podía decir, lo "paradijo" escondiendo de una manera muy abierta, ostentosa, su arma sobre un estante, hasta que su nieto la descubrió a los 15 años. A partir de que el joven formuló preguntas al respecto objetivando de esta manera el problema, le permitió a esta persona, no hablar porque todavía le resultaba demasiado doloroso, pero sí de escribir un pequeño manuscrito de 40 páginas donde ella contó su guerra...
Sólo después de este episodio pudo decirme: "¡Por fin, me siento completa, entera!"

E.: ¿La moral de su libro es entonces que una historia infeliz no conduce necesariamente a un destino infeliz?
B.C.: Exactamente, del mismo modo que una infancia feliz no alcanza, no garantiza la construcción de un adulto que alcanza su plenitud como persona.

Notas

(*) El Dr. Boris Cyrulnik es Director de Enseñanza de la Universidad de Toulon-Var. Neuropsiquiatra, psicoanalista, etólogo francés y uno de los mayores exponentes en el mundo de la teoría y práctica de la Resiliencia.

(**) Esta entrevista es una reproducción del original publicado en Le Figaro Magazine, sábado 24 de julio de 1999. Edición Internacional.

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