Cuando la migración de retorno fracasa

por Harry Czechowicz


No conocían bien el país al cual emigraron, tenían problemas económicos, sufrieron a causa de falta de trabajo por períodos prolongados. Además, había usos y costumbres que no entendían y los hacían sentirse excluidos, como que la gente no los saludaba o que percibían que la condición de extranjeros producía un recelo y prejuicios particulares, sin distinguir que cada inmigrante era un ciudadano en su país de origen y traían bienes y fortunas, capacidades y esperanzas y una necesidad común de sentirse gradualmente aceptados hasta sentir que podían llamar a su destino, “hogar”.  Un país donde los demás connacionales les decían que era cuestión de pocos años acostumbrarse, que debían pagar su cuota de sacrificio, que debían ser pacientes y aceptar el empeoramiento de su calidad de vida, tratar de mimetizarse, intentar parecerse, sin ser auténtica la intención, a la sociedad que los recibía en su seno, aunque fuera en el borde de la periferia de ese lugar inespecífico llamado "seno" social. Tampoco funcionó mudarse a sitios donde abundaban compatriotas para “sentirse en casa” y seguir conectados con las malas noticias que llegaban desde el país de origen, porque eran excusas torpes para, de alguna manera, justificar su emigración y sacrificios.
Quizás, lo más difícil fue la pérdida gradual, como por inercia, de su identidad, de su alegría, de su disposición activa hacia un sedentarismo que tomaba cada vez mayor terreno en sus cuerpos y mentes, temores a recibir más negativas al buscar actividades y preferir quedarse en casa observando la vida pasar, sin dirección ni propósito. 
Hasta que se cansaron y decidieron volver. Si la iban a pasar mal, con dificultades, era mejor hacerlo junto a amigos y familiares que habían permanecido allá, en casa. Algunos volvieron con dinero, otros con menos bienes, pero todos con la convicción compartida de retornar y negociar interna y externamente con los motivos que los habían impulsado a irse. 
Volver al país con su gente, su clima, sentido de humor y sobre todo a reconstruir su identidad maltratada en el exterior. 
Volvieron a su país con una mezcla de alivio, expertos en dificultades migratorias, multitud de historias de compatriotas y de otras nacionalidades. Hablaron de los sistemas de salud y de cómo fueron bien o mal tratados, cada uno con diferentes visiones, pero todos con la firme voluntad de reintentar ejercer su condición de ciudadanos, aparentes dueños de su país. 
Volvieron para procurar sanar las heridas invisibles de su mundo interno y tratar de rescatar su personalidad y, muchas veces, sus recursos materiales. Comer en casa, rescatar el mundo conocido, reparar sus redes de apoyo y sus relaciones personales. Quizás no incluyeron en su pensamiento ni, por lo tanto, en su narrativa, que cuando emigraron no estaban preparados ni habían hecho lo necesario para conocer o planificar su vida futura, cuando lo único que parecía importante era salvarse del peligro que representaba su país naufragando en la inseguridad personal y jurídica, persecuciones reales o imaginadas, de persecuciones oficiales o de delincuentes, inflación, desabastecimiento, burocracia ineficiente e indolencia generalizada.  Estaban dispuestos a asumir de nuevo esa realidad, con un poco de humor, típico de sociedades en crisis crónicas, donde se pretende resolver todo con un chiste, marchas con o sin cacerolas, donde la cultura del rumor continuo sustituye a la información veraz, pero todo con sabor nacional, autóctono, familiar.
Después de unos meses comenzaron a recordar los motivos por los que retornaron, solo que en esta oportunidad tenían la ventaja de revisar errores en términos de expectativas falsas y, por lo tanto, irrealizables, quizás y para comenzar, haber emigrado al lugar equivocado, la ciudad más costosa, los gastos más innecesarios para comprar una semejanza del hogar que tuvieron antes de irse. 
Esta vez, las expectativas fueron sustituidas por un cambio de perspectivas, en cuanto a las experiencias  vividas, comparando sus actitudes de resistencia al cambio, presente en cualquier movimiento migratorio, hasta caer en cuenta de los múltiples pequeños errores que, sumados, hicieron de aquella emigración un gran desastre, material, psicológico y emocional. Como un adagio popular pero muy cierto que establece que Una experiencia es aquella situación en la cual presentas un examen sin estar preparado sino con tus fantasías, y luego viene el aprendizaje. 
Un ejemplo típico es transformarse en padres y aprender que la realidad dura mucho más tiempo que el festejo del nacimiento, mucho más. Incluye el cambio de rutinas, atención pediátrica, desvelos, escolaridad, paciencia, tolerancia, perdón, años... 
Emigrar es eso, una experiencia. 
Retornar es otra distinta, porque las expectativas de ajuste a corto plazo en un país que no mejoró sino que siguió en el naufragio de sus políticas con el respaldo de la pasividad de sus pobladores no les devolvieron, al retornar, el paraíso perdido. Confirmaron que fue acertado retornar para tomar la distancia necesaria y poder revisar así su experiencia migratoria, sincerarla, corregirla e intentar una nueva oportunidad, con bases más sólidas de elegir emigrar, al mismo destino o a otro, pero con una consciencia nueva donde los cambios los debe producir uno, con pausas y sin prisas, con información en lugar de fantasías, considerando los obstáculos y adversidades como problemas por resolver y no etiquetarlos a la ligera como fracasos. 
Emigrar la segunda vez debería ser más fácil, pues se asumen actitudes que se debieron corregir en gran medida. 
El dilema se presenta de nuevo, irse o quedarse. Sea cuál sea la decisión, siempre está en su derecho de cambiarla. No establezca juramentos tales como más nunca me voy o  me quedo, pase lo que pase. Usted no controla las circunstancias a su capricho. Tenga la madurez necesaria de decidir y revisar sus decisiones, incluidas aquellas relacionadas con el hecho de migrar. Usted es el dueño de su vida, no las opiniones de otros que siempre variarán entre extremos sin la información de sus vivencias, exclusivamente propias. 
No se avergüence por retornar a su país de retorno si su primera migración no resultó positiva, ni de intentar otra experiencia si su país le demuestra que su futuro o el de sus hijos peligra. 
No existen éxitos ni fracasos, solo resultados. Y estos se pueden modificar con las perspectivas adecuadas. Libérese del dilema permanente. Tome su tiempo, el necesario. Actúe en consecuencia. La libertad de elegir en lugar de estancarse es una fortaleza reservada para los más capaces.



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