Las parejas y sus soledades compartidas

Si hay alguna  situación que se pone a prueba durante el tiempo migratorio o las crisis sociales es la relación de pareja. 
Por Harry Czechowicz



Se trata de un escenario donde las emociones que surgen tienen una dinámica única, que puede tanto fortalecer la pareja o distanciarla hasta un punto de no retorno. Muy posiblemente la situación de divorcio no se presente, pero al agotarse las expectativas de cambio para los tiempos difíciles – situaciones que inevitablemente ocurrirán y  más de una vez pues es lo que sucede en los fenómenos migratorios, cuando uno o ambos miembros de la pareja sufren en formas antes desconocidas-  la relación se transforma en una carga. Esta situación suele ocultarse con labores automáticas caseras, sin emoción ni interés por compartir más allá de lo necesario.

En la historia de cualquier pareja hay períodos de acercamiento  y distanciamiento romántico o sexual; hay expectativas, desencantos, alegrías, discusiones, negociaciones, divergencias y acuerdos; rabias, encuentros y desencuentros.

Soledades. Individuales. Compartidas en silencio. No manifestadas. Distancias que crecen para evitar más conflictos y reclamos mutuos. A veces treguas e intentos de reencuentros.

Hablar te hace dueño de tu historia

Todo esto es solamente posible si existe una capacidad de generar compasión constructiva, no lástima, hacia el otro. Entender que la vulnerabilidad para hablar de las caídas y las tristezas es una fortaleza necesaria, porque es necesario poder sacarlas y hablarlas en voz alta asumiendo que el otro escuchará y tratará de comprender.

Hablar te hace dueño de tu historia. Hablar con dignidad acerca de tus logros y desaciertos.
Evita que tu historia sea inventada por el juicio de otros, que usan tu historia para hablar de sus justificaciones, errores y carencias.

Es importante comprender que el dolor profundo de perder la identidad propia es como el dolor de perder a un ser querido, aquel que era uno mismo, un ser familiarizado con lo bueno y lo menos bueno y, sobre todo, con sentido de valor personal.

Es el mismo ser que ha caído y necesita ayuda más que crítica, para poder levantarse lentamente, para retomar sus fuerzas emocionales y la alegría en las cosas simples así como el humor sano.
La necesidad de mantener la camaradería que va implícita  en una relación de pareja supone acompañarse por el tiempo necesario, aunque a veces sea largo, como en algunas enfermedades temporalmente discapacitantes, con esa preciosa cualidad de paciencia y apoyo, hasta que el que sufre se levanta lentamente y retoma sus fuerzas.

Cuando la persona siente que tiene el espacio de hablar de sus expectativas, preocupaciones y pérdidas, así como de sus proyectos y esperanzas, ocurren milagros de  sanación y resiliencia: esa capacidad de levantarse a pesar de la adversidad.

Si no existe la capacidad de escucha del cónyuge porque tiene mucha rabia y poca paciencia, desprecio silencioso ante el evidente trastorno afectivo,  la persona herida de pesar y soledad se levantará por su propia cuenta, tal vez herida de tanto esperar en vano una empatía que nunca llegó porque la persona que la podía dar no sabía hacerlo o no quiso brindarlo; quizá porque se distanció para “protegerse” de las tristezas y reclamos del otro.

Una persona diferente

Dentro de esa recuperación nacerá una persona diferente, más consciente de sus necesidades, de la fuerza que brinda la soledad y de la escogencia de gente capaz de acompañar y señalar conductas a cambiar, como afectos reales, con sus propias historias de luchas, caídas y aprendizajes. El futuro traerá incertidumbres, pero con la experiencia de las batallas anteriores se sabrán enfrentar. Las incertidumbres crónicas son también áreas de lucha. Se enfrentan, se sufren y se superan. Luego vienen otras. Para estas batallas siempre es útil contar con un buen terapeuta o coach. Se encuentran en un lugar para crecer y aprender.

Muchas parejas carecen de la preparación o de la disposición para compartir más que una porción de malestar. Carecen de la inteligencia emocional necesaria para acompañar en forma resiliente el dolor de su pareja o familiar.

Es cuando ocurre un punto de quiebre en la relación. Un puente de compasión y empatía que cayó y que, en un futuro, cuando las cosas se reviertan y quizás el apoyo sea necesitado por quien lo negó de mil maneras sutiles o abiertas, recibirá simpatía y apoyo, pero sin calidad, la misma calidad que no fue capaz de ofrecer cuando le tocó hacerlo sin necesidad de pedirlo. La capacidad de perdonar al otro será indispensable, aunque al final sigan por caminos diferentes.

Es un error enorme pensar que la gente con su propia fuerza de voluntad puede levantarse y recuperarse sola. Aún peor es la idea de que al dejarlos solos en su dolor se verán forzados  a reaccionar.

El temor irracional de que ayudar al caído lo volverá eternamente dependiente del rescatador es una muestra de temor y egoísmo. Una muestra de desamor e inmadurez.

Para eso, durante el lento tiempo de recuperación, se necesita de una dosis de perdón a sí mismo, de compasión y reconocimiento del propio esfuerzo, de que la situación de soledad es parte de la vida y de que las relaciones de pareja, casadas o no, así como las relaciones con otros familiares, no traían garantías reales sino imaginarias de apoyo, compasión y atención al detalle. A veces la ayuda viene, sorpresivamente, de la recuperación de la fe en una fuerza superior, que siempre estuvo a disposición y no fue revisada ni tomada en serio.

Ayudar a otros ayuda enormemente. Con respeto y con detalle, dando a entender que tienen una persona que los valora. Ayudar a otros dentro de un marco de límites aceptables de apoyo, no de rescate.

No hay peor soledad que la compartida

Use su propia soledad y crezca dentro de ella. Compartir soledades con gente que no puede dar su brazo a torcer es una calamidad.

La soledad siempre nos ha acompañado sin darnos cuenta. En cambio la solitud es aquella situación en la que disfrutamos de nuestra privacidad, con placer. Es creativa.

La soledad es lo contrario. Transformarla cada vez más en solitud es una alternativa.
No tome la soledad como un castigo.
No disfrace la soledad con actividades que lo cansen sin sentido.
El ejercicio físico ayuda.
El ejercicio espiritual alivia enormemente.
Trate de establecer puentes que lo lleven a mejores circunstancias.
La vida es finita. No la malgaste en insistir en cruzar puentes rotos.
Construya sus relaciones, las que le agreguen crecimiento y alegría de vida.
El resto sobra.





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