Migrantes y Mercosur

La presencia del migrante, del extranjero, parece provocar, en la sociedad receptora, un sentimiento de inseguridad y de amenaza que reforzaría otro de cohesión social frente al que aparece como distinto. Fragmento tomado de  "Aspectos culturales de las migraciones en el Mercosur" por Fernando Calderón G. y Alicia Szmukler B.



Empero, también para el migrante atravesar la frontera tiene altos costos porque, en primer lugar, él es el rechazado por un otro que se siente invadido y porque, en segundo lugar, está viviendo además un proceso de desarraigo, abandonando lo que le es familiar y cercano por algo desconocido y hostil y donde, por lo general, carece de derechos ciudadanos.

Este sentimiento de desarraigo, propio de la modernidad de acuerdo a Ortiz (1996:67) en tanto la movilidad constituye uno de sus rasgos, se vincula a los procesos de desterritorialización y reterritorialización mencionados anteriormente. Al abrirse las fronteras, los espacios y las culturas de referencia parecen desdibujarse dando lugar a la existencia de coincidencias o nuevas referencias ampliamente compartidas por su carácter global, poniendo en cuestión el tema de las raíces identitarias.

Sin embargo, este fenómeno (llamado de desterritorialización) tiene su contraparte en que la vivencia de esas nuevas referencias globales se produce a partir de las propias identidades culturales; por tanto, existiría una apropiación diferenciada de las mismas, vinculada a los ámbitos locales.

En tal sentido, el sentimiento del desarraigo sería vivido de manera compleja: por un lado, las referencias globales contribuyen a tener referentes que al no ser locales nos permiten reconocernos en los diferentes espacios como compartiendo una cultura global; por el otro, la necesidad de recurrir a referentes que nos identifiquen con una cultura específica, la propia, hace que los extranjeros, los migrantes, los desarraigados, tiendan a recrear sus costumbres fuera del marco local y a dar significado al nuevo entorno a partir de su especificidad cultural (proceso que ha sido llamado de reterritorialización) -porque, además, de esta forma también van delimitando ciertos espacios simbólicos en la sociedad a la que llegan- y a la vez se apropien de los símbolos globalizados a partir de la pertenencia a una cultura particular y a un determinado estrato socio-económico.

Así, la globalización sufre una lectura desde la particularidad local vía los medios, estando hoy lo local no atado al territorio sino especialmente a un sentimiento de pertenencia y a referencias a una comunidad que sí está situada espacialmente. En tal sentido, la producción de lo local puede ser espacial pero también virtual, y esta producción virtual está ligada tanto a los procesos migratorios como a los medios masivos de comunicación. Las tecnologías de información mass-mediática permiten hoy la reconstrucción de lo local no vinculado al espacio físico y así reterritorializarse imaginariamente en la diáspora.

De este modo, es posible apreciar la complejidad del multiculturalismo que, a partir de la migración, posee tanto efectos de desterritorialización como de reterritorialización virtual y simbólica. Sin embargo, este doble proceso genera un nuevo problema: no sólo se reproduce una cultura local en otros espacios territoriales, sino que se amplía el multiculturalismo, pues se crea un otro distinto tanto de su cultura originaria como de la nueva cultura a la que intenta insertarse, y dentro de la cual posee un carácter pre-ciudadano, porque no se trata de que los migrantes rechacen la integración a la sociedad receptora aferrándose a su cultura, sino que desde ella -por ser su ámbito de referencia y pertenencia específico y por tanto de seguridad- pretenden ingresar a la nueva. La pelea se daría entonces por el reconocimiento, primero en el plano cultural, y luego en el de los derechos ciudadanos.

La calidad de las redes sociales de los migrantes en los países receptores constituye un factor fundamental en tanto ayudan a su instalación y a conseguir empleo; sin embargo, por otra parte, suelen manifestar relaciones de poder que sirven de base para la explotación de los nuevos migrantes. Los empleos que los bolivianos suelen obtener gracias a estas redes son por lo general más precarios y de muy bajos ingresos, pero igualmente constituyen la alternativa para sobrevivir en el nuevo espacio.

Existen, empero, otras variables que inciden en la obtención de un empleo; por ejemplo, cuanto mayor es el nivel educativo de los migrantes, más posibilidades tienen de acceder a empleos mejor pagos; sin embargo, la relación entre empleo y nivel educativo se ve afectada por la situación de legalidad o ilegalidad del migrante e incluso por los niveles de desocupación de la sociedad receptora; y en este sentido, las redes de solidaridad de los migrantes se refuerzan como ámbito clave para la ayuda.

Por su parte, la aceptación de relaciones de explotación puede comprenderse en el marco de las necesidades de los migrantes de obtener un empleo que les permita sobrevivir y generar ingresos, que además suelen ser más altos que los que pueden encontrarse en los países de origen. Pero además las relaciones de explotación se dan entre inmigrantes legales e inmigrantes ilegales, como es el caso de los bolivianos que trabajan para coreanos en São Paulo en el rubro de la confección y que suelen ser fuertemente explotados, o el de los mismos bolivianos que van a trabajar a Mendoza para la época de cosecha.

Estas relaciones de explotación se basan en la conveniencia económica para coreanos, en un caso, y mendocinos, en otro, que implica contratar mano de obra boliviana porque es menos costosa que la brasileña o la argentina; por otro lado, los bolivianos logran también un dinero que probablemente no lo consigan en su país.

Hay que aclarar, empero, que los migrantes no son una categoría unívoca. Existen situaciones y ciclos diversos que se vinculan con el lugar de origen y el de llegada así como con las formas en las que se movilizan.

Una hipótesis probable es que estos diferentes tipos de migrantes se asocien con: a) el mercado laboral y las posibilidades de empleo, es decir, con las situaciones específicas por las que estén atravesando tanto los lugares de origen como los de llegada; b) la calidad de las redes familiares en los lugares de llegada, en tanto medios que contribuyen a obtener empleo y a brindar un cierto espacio de futura pertenencia; c) las características socio-culturales del lugar de origen; por ejemplo, si la cultura vernacular es muy fuerte y los procesos de secularización son débiles, las redes familiares con las que se cuenta en el lugar de llegada son frágiles o recientes y sus integrantes trabajan en un mercado laboral poco remunerado y precario, probablemente las posibilidades de reconocimiento e integración de los nuevos migrantes son bajas, siendo exluidos y marginados (un ejemplo sería el de los bolivianos de la zona de Tarabuco que trabajaban como albañiles cuando estalló la bomba en la Asociación Mutual Israelita Argentina -AMIA-, en Buenos Aires); mientras que si los procesos de secularización son fuertes, se cuenta con redes familiares sólidas y se ocupan puestos medianamente bien remunerados y estables, las posibilidades de reconocimiento e integración son altas (un ejemplo serían los migrantes bolivianos a la Argentina que tienen título profesional o van a estudiar a la universidad).

Fuente: http://www.unesco.org/most/calderon.htm

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