La perfección como obstáculo

Es común ver que el legítimo deseo de ser apreciados puede llegar demasiado lejos y convertirse en una tendencia compulsiva por agradar, basada en el temor a ser rechazado por los demás o en el deseo carente de suplir las inseguridades de una autoestima frágil
Por Gonzalo Brito, septiembre de 2013 


 

“El perfeccionismo es una muerte lenta. Si todo saliera como yo lo hubiese querido, como yo lo hubiese planeado, entonces nunca experimentaría nada nuevo; mi vida sería una repetición interminable de éxitos estancados. Cuando cometo un error experimento algo inesperado… Cuando he escuchado mis errores, he crecido”.― Hugh Prather.






En el camino de intentar vivir una vida un poco más consciente y basada en los principios del amor, la sabiduría y la compasión, a menudo nos encontramos con un obstáculo interno y sutil. Me refiero al obstáculo de confundir el esfuerzo orgánico de aprender de cada situación y tomar cada momento como un espacio de práctica, con el esfuerzo tenso de enfrentar la vida, las situaciones y sobre todo a uno mismo como algo que debiese ser de algún modo perfecto.


Esta confusión puede hacernos creer que las acciones externas (de los demás y de uno mismo) son las que definen las cualidades de las personas, sin embargo, es fácil reconocer que muchas veces los gestos de amabilidad, generosidad y las palabras bonitas pueden venir de muchos estados mentales e intenciones diversas, como por ejemplo, del deseo de manipular a otro, de obtener prestigio y reconocimiento social, de hacer negocios a futuro, o quizás más simplemente, del deseo de ser apreciado, aceptado y afirmado en nuestra identidad y autoestima.
Ciertamente que no hay nada malo en querer ser apreciados por otros, ya que ésta es una motivación muy humana que tiene un efecto socialmente positivo al promover actitudes educadas, amistosas y flexibles en nuestras interacciones. 
Sin embargo, es común ver que este deseo de ser apreciados puede llegar demasiado lejos y convertirse en una tendencia compulsiva por agradar basada en el temor a ser rechazado por los demás o en el deseo carente de suplir las inseguridades de una autoestima frágil. Cuando las acciones amables o virtuosas surgen de este núcleo de inseguridad más que de un flujo orgánico, caemos en la paradoja de buscar calzar con una imagen auto-impuesta de perfección que, o nunca se alcanza, o bien si se alcanza no satisface del todo. 
El psicólogo budista Lorne Ladner al centro de esta paradoja cuando escribe: "A partir de una cierta inseguridad, tememos mostrar nuestras imperfecciones a los demás por miedo a que nos rechacen. Al presentar una imagen perfecta, intentamos evitar el rechazo. Pero al actuar desde un rol idealizado, no podemos ganar, ya que si no obtenemos una respuesta positiva, nos frustramos, y si la obtenemos, nunca es suficiente”.
Cuando actuamos en el mundo desde esta visión carente de nosotros mismos y no recibimos la respuesta de alabanza o aceptación de parte de los demás, evidentemente hay frustración y una profundización de la falta de autoestima. 
Pero quizás lo más trágico sea que aun si recibimos la alabanza o aceptación que buscábamos, es usual que no haya una satisfacción verdadera, ya que en el fondo sentimos que los demás han valorado simplemente lo que hemos hecho y no lo que somos. Esta puede ser una trampa agotadora, ya que podemos llenarnos la vida de actividades, hacer trabajos voluntarios, participar de sociedades de beneficencia, cuidar a personas enfermas, pero si no actuamos desde una cierta paz interna que nazca de la aceptación verdadera de nosotros mismos nuestra ayuda tendrá poco impacto o será incluso perjudicial. Mientras estemos en una constante guerra entre lo que somos y lo que creemos que deberíamos ser, en vez de ser más felices, nos volvemos más amargos y enjuiciadores de nosotros mismos y de los demás.


Una Práctica

Busca un tiempo esta semana para observar un árbol que te parezca hermoso. Contempla su belleza, y reflexiona sobre qué sería de esa belleza si el árbol contase con un ego que hubiese estado preocupado todo el tiempo en ser perfecto o en ser percibido como tal.

Reflexiona también en cuánto ofrece el árbol sin moverse de su lugar, sin decir nada a nadie, sin comprar ni vender, sin poseer nada, sin dar donaciones o grandes discursos. Observa cómo está silenciosamente transformando el carbono en oxígeno, cómo está sosteniendo la estructura del suelo y nutriéndolo con sus hojas caídas, como acoge a los pájaros y otros animales e insectos que lo habitan… cómo ofrece sombra, belleza y frutos.

Observa también cómo todas estas acciones magníficas y generosas no son un desgaste ni un “sacrificio”, ya que orgánicamente él se nutre del carbono, los frutos que serán transportados por los animales y aves que lo habiten le permiten reproducirse, sus hojas caídas nutren el suelo en el cuál él mismo toma raíz, etc. El altruismo del árbol es silencioso y no-dual, ya que él forma parte de un sistema interdependiente donde no hay héroes ni espacio para la perfección, sino que sólo hacer lo que hay que hacer, seguir la ley natural, el Tao, o el Dharma de la naturaleza.
Reflexiona en que, tal como el árbol, eres parte de la naturaleza, y que aunque no puedes prescindir de un ego, es posible alinearlo de a poco con la ley natural. Si quieres ayudar a otros, primero parte por no crear olas donde no sopla el viento, es decir, evita complicar cosas que no sean complicadas. De a poco disminuye el sentido de “Yo hice esto o aquello”, simplemente haz lo que hagas con sencillez y por el placer de hacerlo, sabiendo que, tal como el árbol, eres el primer beneficiado de lo bueno que hagas.  
De a poco, simplifica tu agenda y tu mente de lo que no sea esencial y auténtico. Simplifica tu mente de opiniones elaboradas sobre ti mismo y sobre los demás, y tal como el árbol, practica el noble silencio en vez de inundar los ambientes con opiniones. Por último, simplifica tu agenda disminuyendo las actividades que realices desde una motivación carente (por agradar o por miedo). Así tendrás más tiempo para el no-hacer sagrado que, como el no-hacer del árbol, no es falta de actividad, sino que es actividad alineada con lo necesario, con lo que trae felicidad y armonía de una forma espontánea y no fabricada.

Fuente: http://cultivarlamente.com/2013/09/14/la-perfeccion-como-obstaculo/

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