La migración: un tema que se abre paso

El año pasado, Carlos Subero publicó el reportaje La alegría triste de emigrar sobre los venezolanos en EEUU y Canadá. Ahora, salen dos libros más, muy diferentes: el colectivo Pasaje de ida: 15 escritores venezolanos en el exterior y el manual Inteligencia migratoria: ¿me quedo o me voy?
Rafael Osío Cabrices. Revista El Librero

Un manual para decidir y para sufrir menos

Sonia Peña-Czechowicz y Harry Czechowicz tienen lo que llaman migración pendular: viven entre Caracas y Toronto. Ella hizo carrera en mercadeo y luego se interesó por la psicología, la jungiana y ahora la positiva; él es médico psiquiatra que tenía un consultorio en la Clínica Metropolitana de Caracas y se encontró con que a una cuarta parte de sus pacientes le pasaba lo mismo que a él: sentía que su país ya no era éste y consideraba la idea de emigrar. “En la república de Venezuela fuimos migrados a la república bolivariana de Venezuela, un país con otro nombre y otros símbolos”, dice el psiquiatra. “Eso es parte del malestar; la segunda migración es voluntaria y tiene muchos propósitos”. 
La pareja obtuvo una visa de residencia canadiense y en el camino Harry empezó a darle forma a algo que no encontró en la literatura científica: un cuadro que dura meses o años y que él llama Transtorno Afectivo Migratorio. Un síndrome que ataca a quienes emigran sin la suficiente inteligencia migratoria, lo que proponen desarrollar en su libro Inteligencia migratoria: ¿me quedo o me voy? (editado por Ediciones B y con colaboraciones de Oscar Hernández Bernalette y Alfredo Zuloaga).
No es un manual de cómo emigrar, ni un panfleto a favor de la emigración. Es un manual de cómo examinar uno mismo sobre si emigrar es la solución a la angustia, y un alegato a favor de la humildad, el sentido común y las herramientas de la inteligencia emocional en la experiencia migratoria, desde las finanzas y el trabajo hasta el sentido del humor, la autoestima o el consumo de noticias de Venezuela.
Dice Sonia: “Cuando uno se va a otro país uno enfrenta un vacío emocional del que nadie había hablado. En Venezuela menos todavía. Encontré libros sobre shocks culturales, pero ninguno sobre la dimensión emocional del proceso migratorio”. 

Agrega Harry: “Vengo de una familia que tuvo que emigrar (de Polonia) porque la alternativa era morir. Quienes llegaron antes de Pérez Jiménez no tenían nada a lo que volver. No tenían las opciones que existen hoy y a veces ni siquiera formación universitaria. Pero al tener opciones no te quieres equivocar, es una bendición mixta. Comencé a verlo desde mi propio disgusto con el país. Me hice médico en dos países más. Vi que el tema era inmenso y nos enfocamos en la migración legal, pero que aún así es difícil. En Canadá vi que una cosa era ser turista y otra inmigrante, y que hay que saber algo más que los trámites: el proceso no termina cuando tienes la residencia. Este libro quiere enseñar el mapa con el que hay que familiarizarse. No todo el mundo se va con las mismas ganas ni todas las profesiones son portátiles”.
Explica Sonia que dan las recomendaciones que consideraron útiles en su propia experiencia. “Si no eres perseverante y resiliente, abandonarás el proyecto. Irse antes de tiempo y quemando las naves es como saltar al vacío. Advertimos que hay que ver si en efecto puedes ejercer tu profesión afuera sin necesidad de invertir recursos y tiempo en certificarte. “La mayoría toma la decisión de emigrar sin pensarlo lo suficiente”, advierte Harry.  


Pasaje de ida

El poeta y ensayista Gustavo Guerrero, en Francia desde 1983, termina su generoso testimonio en Pasaje de ida: 15 escritores venezolanos en el exterior (Alfa) con preguntas.
“¿Se les seguirá reconociendo un lugar en la casa de todos a esos innumerables expatriados aunque adopten acentos y costumbres nuevas? ¿Cómo se va a ir articulando la relación entre el país territorial y este país extraterritorial en los años por venir?
¿Aprenderemos a construir juntos un nosotros que relativice las fronteras entre afuera y adentro? ¿Sabremos sacar provecho de esta situación, como otrospueblos, y hacer de los gentilicios con guión (venezolano-argentino, franco-venezolano, hispano-venezolano)una ventaja y no un problema?”. 
Las respuestas que uno puede imaginar a esas preguntas no son necesariamente alentadoras, complacientes. En el suyo, en el mismo libro, Miguel Gomes comenta desde EEUU que el destierro se ha puesto de moda en Venezuela y que un joven poeta ha promocionado su obra diciendo que es un “exiliado”, término que Gomes, como el de desterrado, rechaza para una migración voluntaria como la suya. 
Juan Carlos Méndez Guédez escribe desde Madrid que “solo en la ficción, consigo hablar deVenezuela sin que me falte el aire, sin que suceda el dolor o la emotividad extrema o la perplejidad absoluta”.Camilo Pino, en Miami, cuenta cómo en un malmomento de su experiencia allá pudo al fin redactar una novela sobre Caracas, y recuerda que el escritor James Joyce dejó Irlanda para escribir sobre Dublín: “la memoria es portátil”. 
Juan Carlos Chirinos, trujillano en Madrid, cuenta cómo su lengua se hizo binacional, atlántica.
Armando Luigi Castañeda elabora un intenso alegato contra la patria, pero evita incurrir en conclusiones;p ropone imágenes, recuerdos.
En Pasaje de ida, la narradora, ensayista y editora Silda Cordoliani encargó a 15 autores venezolanos que viven en el exterior –los ya mencionados más Dinapiera di Donato, Doménico Chiappe, Liliana Lara, Verónica Jaffé, Corina Michelena, Gustavo Valle, Gregory Zambrano, Israel Centeno y Blanca Strepponi- que contaran con una amplia libertad estilística lo que para ellos ha significado irse. Y ahí hay mucho material valioso porque algunos de ellos han intentado regresar, como Chirinos, y otros acaban de irse después de haber llegado aquí como inmigrantes mucho tiempo atrás, como Strepponi. En su diversidad de relatos –dispuestos en el libro desde quien tiene más tiempo afuera, Guerrero, hasta la que se fue más recientemente, Strepponi, quien volvió a la Argentina- no hay drama sino franqueza, búsqueda de experiencias comunes en la cultura, indagaciones sobre la identidad y el oficio de escribir, y más preguntas que respuestas.
“El libro parte de la preocupación que siento al ver tanta gente querida que se va”, cuenta Silda Cordoliani, “y de que buena parte de la mejor literatura venezolana se está haciendo fuera del país. De algunos de los autores me costó mucho tener el trabajo, debe ser porque se dieron cuenta de que les dolía demasiado. Y una decena de otros más simplemente se negaron a participar, alegando distintas razones”. Cordoliani sospecha que el hecho de que varios de esos textos, la mayoría, tengan una estructura más bien fragmentaria, tiene que ver con las ganas de mencionarlo todo, con la dificultad de hablar de eso, de escribir de eso. “Este tema no se expone públicamente, debe ser por la cantidad de otros problemas inmediatos, pero creo que no lo hemos asimilado. Es cuestión de tiempo, de que nos demos cuenta”.
Como apunta en su prólogo a Pasaje de ida, es cierto que el vivir afuera es una experiencia común en la historia de la literatura venezolana, pero la diferencia es que antes los autores que se iban tenían siempre un pasaje de regreso. 
“Es muy difícil encontrar antes escritores venezolanos que hayan hecho carrera fuera del país. Ahora no pasa eso. Esa es la gran diferencia. Es gente que está contando Venezuela desde otra perspectiva, inevitablemente. Lo que noto en todos ellos es la nostalgia, en la ficción o en la poesía. La nostalgia por un mundo perdido. Lo ven distinto a como lo puede hacer un escritor desde aquí, aunque el que esté aquí también extrañe un mundo que perdió”.



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