¿Cómo se come un mango?

Cada vez que un venezolano se reencuentra con un mango, no importa en qué latitud esté, recordará su infancia, su mamá y su calle alfombrada de esa fruta lujuriosa y callejera

Por Mitchele Vidal  http://imagenes-urbanas.blogspot.com/


Comerse un mango es un ejercicio de memoria. Es recordar a mi mamá llegando con una bolsa de mangos dulces, de esos que se caían en los jardines de aquella Caracas sin rejas.

Entonces decía: "vamos a cortarle los 'cachetes' y a picarlos en cuadritos, así,  uno por uno, cuando se desprenden de la concha saltan a la boca". 

Pero esa técnica solo funcionaba con el mango "de injerto": gordo y turgente; porque el mango de hilacha lo que exigía era paciencia para chuparlo y también para quitarse los hilitos de los dientes.

Una vez llegó a mi casa una muchacha de oriente y regresó horrorizada del mercado porque ahí vendían los mangos. 

- Pero ¡qué ejeso! -Vociferaba. ¡A quién se le ocurre pagar por un mango! En mi pueblo los mangos ruedan por la calle.

Hace apenas 7 años, cuando mi hija vino a vivir a Chile, me contó que no le creían que en Caracas los mangos rodaban por las pendientes de aquella ciudad selvática y tropical. Porque Caracas, en mayo, huele a mango y los árboles cargan ese peso dulce y anaranjado que tanto nos deleita. 

Es tan bonito ver las aceras caraqueñas tapizadas de mangos como a un niñito comerse uno, porque el mango es la primera fruta entera que se come un niño venezolano. Su semilla no asusta, como la de la ciruela y el mamón. No hay manera de atragantarse, porque el sabor del mango sale de a poquito, a medida que se va desvistiendo y su pulpa tiñe la franela cotidiana.

Por eso, cada vez que un venezolano se reencuentra con un mango, no importa en qué latitud esté, recordará su infancia, su mamá y su calle alfombrada de esa fruta lujuriosa y callejera.


Hacer tareas con las manos

Hace unos días le escuché decir a la psicóloga @pilarsordooficial que una de las razones por las que han aumentado los índices de ansiedad y depresión en las mujeres tiene que ver con el abandono de las tareas realizadas con las manos.

Me impactó. 

Pilar se basa en estudios e investigaciones que demuestran cómo en las mujeres, la utilización de las manos permite drenar angustias y  elaborar procesos emocionales; recordando que tejer, por ejemplo, implica practicar el aquí y el ahora prestando atención a la labor entre manos: contar, deshacer y volver a hacer. Una suerte de meditación activa.

Lo mismo ocurre con la cocina, la costura, el dibujo, etc. 


Recordemos que esas tareas se hacen en soledad, o en la reconfortante compañía de hermanas y amigas entrañables, lo cual, conlleva a conversar y compartir dolores. Son célebres las estampas de mujeres lavando en el río o cosiendo junto a sendas tazas de té, aunque no se escuche lo que dicen puede imaginarse. 

En la medida que nuestros legítimos deseos y derechos de realizar tareas intelectuales y laborales nos alejaron de las labores manuales -sin saberlo- abandonamos dos efectivas terapias: la manual y la conversación. 

 Yo abandoné el tejido cuando mi tiempo empezó a dividirse entre la universidad, el trabajo y las salidas a rumbear. Más tarde se sumaron mis labores de mamá de #hijaúnica porque mientras la crié, prácticamente sola,  nunca dejé de trabajar, estudiar y salir. 

Ahora he vuelto al tejido y la verdad, me ha hecho mucho bien tejer y destejer al ritmo de mi música favorita. Esto último sustituye la delicia de conversar con amigas empuñando sus agujas. Mientras no se pueda, tengo varias cuentas favoritas donde aprendo y practico este arte de crear con las manos mientras mi mente respira.

Lo recomiendo. 

¡Tenemos un abanico enorme de tareas manuales donde elegir!.

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