De la diáspora y sus alrededores

La diáspora de venezolanos sigue siendo uno de los dolorosos temas del momento. Se van parejas jóvenes, nuevos profesionales, profesores universitarios, estudiantes en busca de matrículas gratuitas, pequeños emprendedores, madres buscando futuro para sus hijos. Llegan los migrantes a Panamá, a Costa Rica, a Uruguay, a Ecuador, a Estados Unidos, a España, a Canadá, a Australia. Colonias de venezolanos aquí y allá; algunos pasando trabajo, otros más holgados.
Por Antonio López Ortega
Este texto fue publicado originalmente en el diario "El Nacional"





Antonio López Ortega. Foto: Archivo El Nacional. Leonardo Guzmán

De este lado dejan a los padres, a los abuelos; añoran una cierta geografía sentimental, el sabor de un bocado o de una fruta. Hay un corte emocional que es obligante, porque quien migra debe renegar de la realidad que tiene y abrazar la nueva con esperanza. Los hay quienes se sumergen del todo en el mundo nuevo, los hay quienes resguardan un rescoldo sentimental que no pueden compartir con nadie. 

En este mundo tan competitivo, los oficios cambian. Quien fue abogado en Caracas, podría ser taxista en La Coruña; quien fue administrador de empresas en Valencia, terminará vendiendo quesos en Vancouver. Algunos se olvidan de sí y se abocan a sus hijos, infantes que ya hablan inglés británico o español castizo. El futuro está en ellos, ciudadanos integrales, y no en los progenitores, ciudadanos intermedios. Quedar a medio camino, entre el pasado que se añora y el futuro que nunca se vuelve carne. Tierra de nadie, que se asume porque en el balance la vida pasada ha dejado de valer y solo el futuro les habla de bondades. En síntesis, el país al que pertenecieron los vejó hasta lo indecible: parientes asesinados, secuestros de familiares, hijos sin medicinas, críos sin leche, trabajos perdidos, salarios de miseria. Un rosario de hechos trágicos donde ya la sonrisa no tiene cabida.

Salvo el exilio de raíz política, como el experimentado en tiempos de Pérez Jiménez, Venezuela nunca había tenido una experiencia masiva de diáspora social como la actual. Escritores, artistas, músicos, científicos, economistas, empresarios, deportistas, diseñadores, profesores, estudiantes, cocineros, mecánicos… se cuentan ya por millares las colonias que se forman en los distintos países: nuevas realidades de venezolanitos que poco a poco dejarán de serlo y para quienes el país, o la imagen de un samán, o el esplendor del Ávila, o un verso de Montejo, estarán asociados al rostro del abuelo que se fue. 

En sus tarjetas de presentación, como buenos profesionales que serán, aparecerán nombres hispanos: Martínez, Sánchez, Hernández, pero hasta allí llegará la secuela de lo que los antecedió, pues su realidad cultural, social y económica será otra. Tendrán algún color de piel o cierto movimiento de cadera que los delate, pero el futuro que se prodigan nunca será consecuencia del pasado, sino de un ejercicio de voluntad que ha borrado el país que los dejó ir por inservible e inhabitable.

La historia se parte en dos y no nos damos cuenta. Perdemos y perdemos habitantes, y quienes se quedan ya huelen a tufillo residual. En general, son gente de la tercera edad, o jubilados, o hijos que velan por sus padres, o ciudadanos que quieren seguir en la tierra donde enterraron a sus muertos, o resignados, o esperanzados incurables que viven su incesante prueba de fuego. 

Quienes miran hacia la historia y la cultura, y conocen de nuestros desmanes, saben que la hechura de un país es un carrusel de altibajos. Quien vive en el pesar, siempre olvida los momentos de esplendor; y quien experimenta momentos de realización, siempre debe tener presente que la tragedia está a la vuelta de la esquina. 

Este país ha dado mucho, se ha desangrado por décadas enteras, nos provee de una naturaleza proverbial, oculta unos valores que apenas se asoman en los saberes populares, ha sabido elevarse por encima de la tiranía y la barbarie, ha logrado forjar ciudades modernas, y también puede dar mucho más de lo que ha dado. 

En este momento, todo es regresión: de ideas, de visiones de mundo, de capacidad de gestión, de gerencia pública, de estrategias económicas. Pero en el fango nace la flor de loto, y ya estarán próximos los tiempos para abrazar el futuro que les hemos negado a nuestros coetáneos. Sea cual sea la Venezuela del porvenir, con ciudadanos que dejen de serlo en muchos rincones del planeta, confiemos al menos en que el futuro nos depare todo menos la división entre nosotros.

Fuente: http://bit.ly/2elk2QS

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