De lenguas, culturas y estar bien donde uno está

La vida es muy diferente a como era hace no mucho. No estoy hablando de la época de mis abuelos (aunque mi abuela también hizo familia en un lugar muy distinto a aquél en el que ella nació), ni de mis padres; estoy hablando de nosotros mismos. De esta generación que hoy tiene entre 30 y 40 y tantos años. 
Por Cynthia Rodríguez, periodista venezolana radicada en Montreal. 
Tomado de su blog, Mamá en Montreal: http://mamaenmontreal.com/



Me imagino que esto debe pasar más y más en muchas ciudades del mundo. Yo tiendo a pensar que en este lugar uno está muy expuesto a este tipo de cosas por esa naturaleza tan variada que tiene. Pero ya ustedes me dirán. El sábado pasado fue un día bien movido. Fue un día de distintas emociones, que podría resumirse en una de las palabras que mejor define a esta ciudad: multiculturalismo.

Tuvimos un almuerzo en casa de una pareja de amigos que se van pronto a vivir a otra parte. Ella, canadiense anglo con una fuerte relación con el español. Él, ecuatoriano radicado, enamorado y casado aquí, nos hizo un ceviche delicioso. La conversación fue en inglés porque estábamos con los primos de ella, canadienses angloparlantes hijos de portugueses que llegaron hace varias décadas.

Después del ceviche, nos fuimos a una fiesta de cumpleaños de la nena de una pareja de mexicanos que hasta hace poco tuvo un restaurant aquí. Una fiesta en la que se oía español y francés por todos lados y en la que mi hija probó un postre típico de los cumpleaños latinoamericano: gelatina “chantillly” (esa que lleva crema y sabe a las fiestas de cuando éramos niños. Mi abuela paterna la preparaba como nadie, y volver a comerla fue como reencontrarme con ella por un momento). Yo les ofrecí a los niñitos un Contar y Cantar en Español, que hispanos y francófonos disfrutaron por igual.

De allí nos fuimos a casa de mis vecinos, una pareja venezolano-japonesa que cría a sus niños en inglés y japonés en casa, aunque los niños hablan en francés en la guardería y sus padres se comunican entre sí en italiano (porque fue en esa lengua en la que se conocieron). Otros amigos, una pareja chileno-canadiense, nos acompañó y el menú de la cena fue un festín de Babette y de Babel: tortilla de patatas española, arroz a la japonesa, ensalada con rúcula, nueces y pomelo y postre de parchita (maracuyá). La cena fue en inglés, con inevitables intervenciones en español (que se nos salía a cada tanto).

Pienso en ese día y en todo lo que hicimos y me llama la atención cómo en este lugar uno pasa de un idioma a otro, convive con tantas culturas a la vez, come en una misma mesa cosas muy diversas y provenientes de muchas partes, sin que eso haga ningún ruido. Todo lo contrario. Yo agregaría que, aunque a veces resulta un poco fuerte lo del idioma (sobre todo cuando tienes que estar pensando en varias lenguas a la vez), es tan interesante que siempre te provoca hacerlo. Siempre aprendes algo nuevo, pruebas algo distinto y descubres un pedacito del mundo que no estabas viendo y que está aquí mismo, representado de algún modo en la misma ciudad donde tú vives.

En el país en el que yo crecí también teníamos un poco de eso. Las panaderías fueron un aporte de los inmigrantes portugueses. Comíamos pasta casi todas las semanas (por no decir todos los días, que es lo que yo todavía hago), nos encantaba el arroz frito chino y también la paella valenciana, lo mismo que el turrón y el panetón, que eran típicos de diciembre. Todo eso convivía a la perfección con nuestra arepa y nuestro pabellón. Y en los grupos de amigos no faltaba nunca un portugués, un chino, un español y un italiano. Sólo que entonces no teníamos internet y sabíamos poco o nada de las raíces de esos amigos. 

Algunos de ellos conservaron la lengua de origen de los padres, pero en otros casos (como en el de mi abuela, a quien yo sólo oí hablar italiano un par de veces), esa transmisión no se dio. Cuando yo era niña y donde yo fui niña el mundo era un globo al que le dábamos la vuelta en clase de geografía imaginándonos cosas que tardaríamos en ver (al menos los que no viajábamos por esa época). Pero no era esta torre de Babel tan intensa y al mismo tiempo natural que es hoy en día.

Hoy la vida es diferente. Y no sólo porque tenemos internet y redes sociales, no sólo porque tú que estás en Rusia (hola, por cierto) lees este blog en español de una venezolana que vive en la Canadá francófona, sino porque precisamente yo estoy aquí y tú estás allá. Mis hijos y los tuyos van a crecer en lugares muy distintos a los que vieron crecer a sus padres. A lo mejor un día coinciden en algún campamento en un tercer lugar y se hacen amigos. A lo mejor celebran juntos un Año Nuevo en Times Square o en la Tour Eiffel.

La vida es muy diferente a como era hace no mucho. No estoy hablando de la época de mis abuelos (aunque mi abuela también hizo familia en un lugar muy distinto a aquél en el que ella nació), ni de mis padres; estoy hablando de nosotros mismos. De esta generación que hoy tiene entre 30 y 40 y tantos años. 

De niña, cuando veía dibujos animados japoneses en la televisión abierta venezolana, nunca me imaginé que iba a vivir en una ciudad francófona de América del Norte en la que iba a aprender a decir “Itadakimasu” antes de sentarme a comer con mis amigos. Que mi hija iba a hablar tres lenguas a la vez (y con frecuencia sus lenguaradas de dos años iban a venir en span-fran-glish, cosa que no nos facilita nada la tarea de entenderlas), a comer Quinoa con espárragos y a celebrar costumbres que yo no tenía, pero he tenido que aprender y he aprendido a querer.

La vida hoy transcurre en muchos sitios e idiomas que se cruzan y se conectan entre sí. Los padres de mi generación tienen hijos y nietos viviendo en otros sitios, a veces los van a visitar, a veces hasta se quedan o terminan mudándose también a un tercer lugar. Los hijos de mis amigas tienen primos que viven en varios continentes y a la hora de darse el Feliz Año uno empieza a calcular qué hora es allá porque “aquí ya pasó, pero allá todavía no llega”. La familia de mi marido está repartida en tres puntos geográficos y reunirse supone todo un reto. Así es como es.

Hablando con esa amiga del ceviche nos preguntábamos si esto será la tendencia de los tiempos actuales, si más bien será el signo que marca a cierto tipo de personas, como nosotras, que necesita ver algo más allá de lo que conoce, o ambas cosas a la vez. Todavía no tengo respuesta para eso, y tal vez no la tenga nunca.

Si me hubieras preguntado hace 20 años dónde iba a estar hoy, probablemente nunca te hubiera dicho el nombre de este lugar, y sin embargo hoy estoy aquí y no me imagino viviendo en otra parte. 

Aunque todavía me falte tanto por definir y sienta que no he concretado nada de lo que tengo en mente, me siento bien aquí. Es una sensación muy personal y a estas alturas del partido también tengo claro que muy circunstancial. Después de emigrar, te das cuenta de que eso de que “nada es permanente” es algo que deberían enseñarle a uno de chiquito, porque es una ley tan irrebatible como la de gravedad. Pero el hecho es que aquí y ahora, que es todo lo medible que puedo abarcar, me siento bien. Me gusta mi Babel.

Y aunque mi vida es muy distinta de como pude haberla imaginado, aunque la vida de mi hija va a ser tan distinta a la mía que no me gusta pensar demasiado en eso para no angustiarme con las preguntas que no puedo responderme, aunque todavía no sé muy bien qué estoy haciendo ni adonde voy, me siento bien. Y creo que al final eso es todo lo que importa.

Porque sí que está bien hacer planes para el futuro, no conformarte, querer seguir moviéndote todo el tiempo y querer algo más. Pero al final lo único que tenemos es este momento y si uno logra estirar lo de sentirse bien y hacer que le dure, con eso va bastando. Al menos para mí es así. Al menos por hoy, vamos bien.

Sé que esta Babel mía se repite como en un juego de espejos en las vidas de muchos inmigrantes alrededor del mundo. Y eso me hace sentirme acompañada. Sé que mi hija también tendrá su versión de Babel más adelante y la irá adaptando a sus intereses.

Fuente: http://mamaenmontreal.com/2016/03/multiculturalismo/

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