Mamá en Montreal: la emigración es una escuela permanente

La emigración es una escuela difícil, entre otras razones porque con frecuencia no sabes con precisión cuáles son las materias que estás cursando hasta que te ves en la mitad del curso, y no estás nunca del todo segura de cómo debes trabajar para aprobarlas. Pero ahí vas. Haces lo tuyo y tratas de hacerlo lo mejor que puedes.
Por Cynthia Rodríguez, periodista venezolana radicada en Canadá. 
Autora del blog http://mamaenmontreal.com/

 
 "Muchas veces uno decide rodearse exclusivamente de gente que se parece a uno"

Una de las materias que he descubierto en este curso que lleva ya casi dos años y de las que más me gusta es la de abrirse a conocer a otras personas. Y entre esas personas, no voy a maquillarlo, mis favoritas son las mujeres. Me encanta tomarme un café con otras mujeres y saber más de ellas.

Desde que llegué aquí he estado conociendo mujeres de todo tipo. Mujeres de diferentes orígenes, con muy distintas historias personales. Con formaciones en muchas áreas, profesionales o no. Con carrera o sin ella. Con niños, solteras, casadas, separadas. Mujeres que están felices, mujeres que están conformes y otras que no están convencidas de que haber venido a vivir aquí haya sido una buena idea. Y a todas, por alguna razón, las admiro.

Cuando vives en tu país de origen, donde estás cómodo y lo tienes “todo” (o has asumido que así es), te permites ciertos lujos que a la larga terminan cercándote. La verdad es que uno decide muchas veces rodearse exclusivamente de gente que se parece a uno, que piensa como uno, le gusta comer lo mismo, escuchar la misma música, seguir a los mismos artistas, leer los mismos libros. Uno se va uniendo, sin ser demasiado consciente, a un cardumen. Y aunque muchas veces no lo haces adrede, eso termina aislándote de alguna manera. Y no te das cuenta. Eso es lo peor.

Cuando te vas, “no tienes a nadie”. Esto lo pongo entre comillas porque como he dicho muchas veces por aquí, me parece que al menos en esta sociedad uno sí que tiene mucha ayuda y recursos. Pero digamos que en principio es así. “No tienes a nadie”, así que lo mejor que puedes hacer es abrirte y empezar a conocer gente. Y eso, aunque al principio nos cueste un gran trabajo, es una gran ventaja sobre la vida que teníamos “allá”.

Cuando decides abrirte al mundo y conocer otras personas, empiezas a ampliar ese rango de acción y ahora, inevitablemente, te rodeas no solo de gente que se parece mucho a ti (que sigue siendo la tendencia natural, claro), sino también de otras personas con quienes logras establecer una conexión emocional que va más allá de ese sistema de referencias compartidas, de esa manera en común de ver el mundo.


“No tienes a nadie”, así que lo mejor que puedes hacer es abrirte y empezar a conocer gente.

Por distintas razones, una de ellas un trabajo que me propuse hacer este año, he estado escuchando las historias de esas mujeres a las que mencionaba arriba. Y aunque como periodista querer siempre escuchar otras historias es una de mis tendencias automáticas, siento que aquí estoy aprendiendo a escuchar de otro modo. Estoy aprendiendo a ver que de cada experiencia, por muy distinta a la propia que sea, uno tiene unas lecciones importantes que tomar. Estoy aprendiendo a ser más empática con otros enfoques de la vida, de la maternidad, de este proyecto que es la migración. Estoy aprendiendo a imaginarme cómo sería mi vida si mi historia se pareciera a alguna de esas tantas que escucho y qué decisiones podría haber tomado yo entonces.

Aquí me he encontrado con historias que me conmueven profundamente. He sabido de mujeres que vinieron huyendo de peligros, de maltratos, de amenazas directas a su vida o la de sus niños. He escuchado historias de abandono, de rupturas, de mucho sufrimiento. He visto también la experiencia de la inconformidad con un proyecto que tú nunca te planteaste y que tuviste que seguir casi obligada y cómo ese desacuerdo de partida arrastra unas cuotas de infelicidad que no parecen sanarse nunca.

He conocido también a mujeres que, como yo, quisieron buscar lo que se les ofrecía como una alternativa mejor a lo que tenían en sus países de origen, pero han debido hacer cambios drásticos en su carrera y su estilo de vida para adaptarse aquí. He escuchado sobre depresión, trastornos ansiosos y otros problemas de salud que tuvieron si no su origen, al menos sí un detonante en la migración. He oído historias de amor, de reconciliación, de nostalgia por el país que se dejó atrás, de sanación, de hallazgo de la “media naranja” en circunstancias inesperadas. De la imposibilidad de concebir y del infinito amor de la maternidad. He tenido un acceso privilegiado, o al menos así lo veo yo, a las vidas de muchas personas y el regalo de la confianza, que tanto aprecio.

Eso, un regalo. Cada una de esas mujeres me ha regalado algo. Me ha dado un sentimiento suyo. Una llave única y personal que abre esa historia que le tocó o decidió vivir. Y no sólo agradezco todo eso infinitamente, sino que trato de aprovecharlo. Trato te tenerlo todo en la cabeza a la hora de sentarme aquí a escribir para ustedes, porque siento que esto puede ser un aporte para alguien más. Trato de no perderlo de vista a la hora de sopesar mi propia situación actual, de verme reflejada en cada una de esas historias y, sin llegar a compararme con ellas, al menos sí entender que a veces las cosas son más fáciles de lo que nos parecen cuando nos encerramos en nosotras mismas.

Conocer a estas mujeres me ha dado muchísimo. Y me ha hecho entender además que esa es un área en la que quiero trabajar. Que si puedes ayudar a una mujer, muchas veces estás ayudando a toda una familia, que estás ayudando también a sus hijos y que eso tiene un gran valor en una realidad como esta. Que ayudar a una mujer es ayudar, de alguna manera, al mundo.

Las mujeres tenemos que ayudarnos. No lo digo con resentimientos hacia los hombres, porque afortunadamente muchos, muchísimos hombres también están de nuestra parte y cada vez que leo el comentario de algún lector, siento que estoy haciendo un trabajo para las personas y no sólo para las personas que son madres.

Pero aclarado este punto, tengo que decirlo y decirlo duro: Las mujeres tenemos el deber de ayudarnos. Cada una de nosotras desde su historia y su perspectiva, sin juzgar las decisiones y la historia de las otras, y teniendo siempre en cuenta que lo que para ti tiene un valor fundamental, para otra puede que no cuente en lo más mínimo; cada una de nosotras debe dar la mano a la otra. No se trata de ser mujer, de ser feminista, de apasionarse o cerrarse en una postura. Se trata de la humanidad. Se trata de tender una mano cuando todavía tenemos tanto en contra.

Todos los días leo con consternación las condiciones de muchas mujeres y de muchas madres alrededor del mundo y a menudo me siendo indignada, avergonzada, triste, de ver cómo tantas de nosotras seguimos viviendo en condiciones que no nos permiten avanzar. Y claro que yo me siento privilegiada de vivir como vivo hoy, más allá de las dificultades que tengo que superar, pero mientras las mujeres sigan siendo oprimidas en algún lugar sólo por el hecho de ser mujeres, todas lo estamos siendo de algún modo.

Porque hoy en día ser mujer es muchas veces la excusa para que te paguen menos, te den menos, te exijan más. Porque tener un hijo es muchas veces una carga, una imposibilidad, cuando debería ser considerado una inversión en la humanidad. Y ojo, que siempre lo digo: no todas nosotras tenemos el deber de traer hijos al mundo. Pero las que hemos decidido hacerlo, deberíamos recibir, al menos, un saludo de igualdad y no una patada, que es lo que muchas veces pasa. La inequidad de género es un problema real y tenemos que hablar de ello. Tenemos que hacer todas nuestra parte para aliviarlo.
Porque, como dijo el Primer Ministro de este país cuando le preguntaron por qué su gabinete estaba compuesto de 50% hombres y 50% mujeres, ¡estamos en 2016! (era 2015 entonces, pero ustedes me entienden).

Las mujeres tenemos que ayudarnos. Las mamás, tenemos que ayudarnos. Las mamás de otras mujeres, tenemos que ayudarnos y ayudar a que esas mujeres que estamos criando hagan también su parte cuando llegue el momento. Tenemos que criar mujeres que ayuden.

En el futuro les iré contando con más detalle sobre estos trabajos que vengo adelantando, pero de momento quería dedicar este post a esas mujeres que admiro. Esas mujeres que me acompañan, aun sin saberlo muchas veces, en estas líneas y a quienes les debo tanto. Esas mujeres que tuvieron una idea y la convirtieron en un proyecto, esas otras que no se rinden por duro que parezca todo lo que tienen que vivir a diario.

Quiero también recordarme a mí misma y a todas las que me leen que el mundo no se cambia solo, que si uno quiere que las cosas mejoren uno tiene que empezar por mejorar su metro cuadrado. Recordarnos que, como mujeres, estamos en el deber de darnos la mano. Y admirarnos las unas a las otras, siempre.

Fuente: http://mamaenmontreal.com/2016/02/las-mujeres-que-admiro/#ixzz3yw2NaYu5

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