Mi salto de fe

Mi hermano me regaló el viaje. Ese fue su regalo de Navidad. Se suponía que iríamos juntos a Europa, pero por cosas del destino esto no se pudo. Me propuso en lugar de eso visitarlo a Vancouver, la ciudad donde residía. Nunca había tenido el sueño migratorio,  éste empezó cuando arribé a la ciudad de mis sueños.
Por María Grecia Sánchez




Lo primero que supe no fue alentador: Winnipeg es una de las ciudades más frías del mundo

Desde hace años atrás soñaba con vivir en otro país, pasar trabajo y enamorarme de un extranjero, sin embargo, nunca me visualicé viviendo lejos de los míos para siempre. Eso no estaba en mis planes. Para muchos venezolanos la historia de su salto de fe o el despegue del terruño criollo, empieza por razones políticas que bien justifico, sin embargo, este no fue mi caso. Bajar al aeropuerto de Maiquetía en La Guaira, Venezuela, y convertirme en una inmigrante más, fue solo una consecuencia de mi enamoramiento por Vancouver, Canadá, en el 2012.  

Mi hermano me regaló el viaje. Ese fue su regalo de navidad. Se suponía que iríamos juntos a Europa, pero por cosas del destino esto no se pudo. Me propuso en lugar de eso visitarlo a Vancouver, la ciudad donde residía. Nunca había tenido el sueño migratorio,  este empezó cuando arribé a la ciudad de mis sueños.

En ese maravilloso viaje me descubrí en una ciudad que me susurró al oído: ¡Aquí es!   ¿De qué me enamoré? Fácil, esta ciudad soñada tiene una combinación perfecta entre naturaleza, belleza y sofisticación. Me pude visualizar haciendo vida allí, teniendo familia allí y caminando a diario por su extenso malecón que además combina en un solo espacio: playa, montaña y modernidad. De este viaje regresé a Caracas, Venezuela, añorando volver a Canadá y no pude evitar llorar por lo que dejé atrás.   

Por cosas del destino cuando volaba de regreso a Caracas conocí a un canadiense. Fuimos novios durante unos meses y él me convenció de que mi destino apuntaba hacia el norte y hasta me hizo todo un plan para emigrar a Montreal, sin embargo, la relación no funciono. Él tuvo que regresar a Canadá y todo se esfumó, sin embargo, lo que no se esfumó fueron mis ganas de mudarme a la tierra de los osos polares.  

Durante tres años estuve planeando cómo volver. Tras darle mil vueltas al asunto, el plan de mudarme a Montreal lo deseché al descubrir las ventajas migratorias que ofrecía Winnipeg. No obstante, lo primero que supe no fue alentador: Winnipeg es una de las ciudades más frías del mundo. Esto me causó un conflicto emocional que resolví tras tener un monólogo conmigo misma en el que me dije: “¿Qué es fácil en esta vida? ¡Nada! ¿Cierto?”. Con esa frase que suena tan cliché, pero lapidaria, se acabó el dilema. En Winnipeg sería más fácil conseguir mi residencia.  Así que decidí vender todo y meter mi vida en dos maletas y decirle adiós a Venezuela.  

A lo largo de tres años pensé que esta decisión sería sencilla. Pensé que brincaría de la felicidad el día que pisara el Cruz Diez del aeropuerto de Maiquetía. No fue así. Decirle adiós a tu patria duele y te llena de miedo. Bajé a la Guaira con un despecho enorme por mi país. Lloré mucho. Mi familia no me pudo acompañar, sin embargo, creo que esto facilito el despegue a mi nueva vida.  La experiencia fue una mezcla de sentimientos porque después de esa triste bajada a la Guaira, una sensación de alivio me invadió una vez que crucé el perímetro de seguridad y me sellaron mi pasaporte. Sabía que estaba haciendo lo correcto.

Fuente: http://missaltodefe.blogspot.ca/

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