La patria fuera del afiche

Las últimas semanas he tenido un debate interior sobre la permanencia en el país. Y luego recuerdo -así ha sido en mi vida y así creo- que no hay nada definitivo sino morirse y que si llega un momento para partir, siempre habrá uno para retornar. A la patria. Sí, a esa palabra tan antipática, entelequia que engloba la tierra de los afectos. Esa que construimos a nuestra medida con amor. No la que se nos impone en vallas y afiches militantes, la agredida con violencia desde corazones en cuatricromía acompañados de un eslogan que no tiene significado sólo por estar allí. 
Por Kira Kariakin*
                                                   



Caracas. Foto: Kira Kariakin

Creo que es importante recobrar el sentido de patria, la que es de uno, la atesorada dentro y por ello imposible que nos la roben. Me podrán decir que esa patria es ficticia y que me engaño, que es producto de algún tipo de disociación mental o negación emocional. Pero para mí todo lo que nos creamos para ser felices es lo real. Los enajenados son los otros, los que creen que la felicidad no depende de uno a pesar de los escenarios más aciagos, que no hay manera de evitar la agresión o de sanarla.

Cuando leo textos de gente que está fuera, que escribe mensajes de lástima -no solidaridad- por los que nos “quedamos”, me revuelve que se hayan ido con odio, decepción y renuncia.  Me perturba la idea de que no tengan un territorio del afecto, de la querencia. Otros escriben con ella dentro y la recuerdan unas veces cálida otras sangrante, pero consigo. La padecen en la nostalgia, pero saben que para ellos está allí, seguirá allí en ese espacio que les hace suspirar y saberla suya siempre.

Están los que dicen que no tenemos patria a pesar de estar acá, que la traicionamos por no abrazar un color político o rendir pleitesía a un líder. El intento de negarnos la patria, no es suficiente para cortarnos raíz. Por el contrario, se afianza más así, con terquedad. Sabemos que no somos extranjeros aunque nos insistan que sí, aunque nos traten de convencer que somos ajenos.


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No es un pasaporte, ni una nacionalidad establecida en una partida de nacimiento lo que nos da pertenencia, sino lo que amamos en un sitio. Desde la familia y los amigos hasta los atardeceres, una montaña, los rincones de la casa de infancia, el árbol favorito del parque, el grito de las guacharacas y los loros, la impertinencia de algún piropo, la vista del mar Caribe, el humor, entre tantas otras cosas que nos caldean el alma. No se trata de tener una de esas listas de “orgullo nacional” basada en paisajes, comidas y rasgos de idiosincracia. El orgullo es generado por cosas más pragmáticas como logros de nación, que no son obvios, ni elocuentes, que no han sido, pues siempre tenemos ese dejo de vergüenza por todo lo que nos nubla por dentro, lo que no funciona, lo que nos ofende en los discursos políticos y lo que vemos de violencia en la basura regada, los muros rayados, el crimen sin sentido. En todo caso, la lista es de las cosas que nos conmueven y nos hacen sentir que tenemos un terruño nuestro, inalienable del afecto, y por las que siempre -aunque nos hayamos ido- tendremos esa certeza de poder retornar un día aunque no queramos.

Retorné queriendo. Y a pesar de sentirme inadecuada las más de las veces, de vestir pieles prestadas de otras tierras que son pequeñas querencias en mí, sigue ésta siendo la mía, la fundacional, con sus rollos, con sus dolencias y horrores, pero también con su belleza, con la paz que me otorga el estar en ella y la fe inamovible que le tengo aunque la esperanza me falle unos días.

No sé si a la vuelta del tiempo decida irme de nuevo y entonces me vaya quedando en otra parte como ya una vez me pasó, el asunto final es que mi patria es mía, buena y mala, terrible y fantástica. Me la hago yo y por eso nadie me la quita ni puede decirme si la tengo o no.


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Esta reflexión tiene cerca de 3 semanas aquí y hoy la suelto, porque si no, se quedará atascada en revisiones que no tienen sentido en un blog como éste. La relación con la patria es orgánica, algo muy por encima de lo legal, aunque carezca de objetividad.

Estoy cansada de la carga política que se le ha impuesto a palabras que no debieran tenerla como patria, corazón, felicidad. Se han convertido en objeto burocrático, en panfleto. Ello representa un despojo al que no estoy dispuesta a someterme. Un determinismo ideológico amoral y ofensivo. Estoy cansada también de los que se dejan derrotar aquí o afuera y expolian esas palabras de su verdadero significado sumándose sin querer a la voluntad de los autócratas que padecemos.


* Kira Kariakin: Nací en 1966. Soy venezolana y caraqueña. Desde 1999 viví en Uganda y desde el 2004 en Bangladesh. A finales del 2008 llegué a Venezuela y desde entonces, estoy en un proceso de retorno que no sé cuánto dure.


Fuente: http://k-minos.com/2014/01/05/la-patria-fuera-del-afiche/

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