Mi gata, la emigrante

Tal vez porque nació cerca del aeropuerto de Maiquetía, Ágata estaba predestinada a viajar en avión. Un día la encontró Eliana, la hija menor, cuando salía de trabajar en el ambulatorio. Maullaba entre los carros estacionados. 

Eloi Yagüe Jarque. Escritor 



Ágata, una gata suave y discreta

La vio desvalida, tricolor y hambrienta. Se la llevó a su casa donde le ofreció amorosos cuidados intensivos. Pero no se la podía quedar. Entre todos decidimos buscarle un hogar. 

Nuestro amigo Alonso comentó que tenía un conocido que la podía adoptar. Nos pusimos de acuerdo para vernos en Plaza Venezuela, en la entrada de La Previsora. Alonso y yo esperamos a una persona que nunca apareció. Yo cargaba a la gatita en un portamascotas. Alonso no se la podía llevar (vivía en una residencia). Me la llevé a casa con la vaga intención de seguir buscando quien la adoptara. 

Yo al principio me resistía, más que nada por mi sempiterna alergia. Pero no hizo falta, Ágata se quedó con nosotros. Se hizo querer desde el principio. Juguetona y a la vez respetuosa, yo le hablaba y ella me escuchaba. Cuando me oía llegar a la casa me esperaba detrás de la puerta. Era una gata suave y discreta. Lo que más le gustaba comer era el atún Margarita al natural en la lata verde. Hubo un tiempo en que era difícil de conseguir. Intenté engañarla, como Elliot Gould en Un largo adiós, poniéndole atún de otra marca en la lata verde, pero no había manera. Odiaba el atún para gatos y yo le daba la razón pues olía horrible. Se conformaba con las galletas, y poco a poco descubrimos que le gustaban otras cosas como la carne molida. 

La llevamos varias veces al veterinario, la esterilizamos, desparasitamos, y en general siempre tuvo buena salud. 

En un momento dado decidimos cruzar el gran charco y por supuesto Ágata se vino con nosotros. Ahí hubo que sacar los permisos respectivos, el pasaporte gatuno. Finalmente llegó el gran día. El destino era Santa Cruz de Tenerife. Allí vivió en casa de Elisa, la hija mayor, y el pequeño Dante fue su mejor compañero de juegos. Se adaptó al nuevo hábitat y a varias nuevas mudanzas. 

En la última se estaba acostumbrando a un nuevo entorno. Le gustaba salir y explorar los jardines del conjunto residencial. Hizo un amigo llamado Eugenio, de una vecina italiana, que la acompañaba a casa como todo un gentleman, y a veces se metía sin permiso. 

En los últimos días empezó a sentirse mal, del estómago. Estaba decaída, se recogió en un rincón, no quería comer. Finalmente un día ya no se recuperó más y falleció. 

Dejó gratos recuerdos en todos los que la conocimos y tuvimos el privilegio de compartir con ella. Es increíble como algunos animales llegan a formar parte de la familia. Descansa en paz, mi querida Ágata, con nombre de escritora y vocación de emigrante. Ya te convertiré en personaje de mis novelas. Será mi mejor homenaje.

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