Quiéreme hasta que vuelva a ser yo mismo...

“Love me until I am me again....” así decía el anuncio en neón amarillo-naranja en la entrada de un salón de un restaurante en Toronto. Al principio pensé que el mensaje se refería a seguir queriendo a alguien que puede haberse pasado de tragos. Luego sentí que era un mensaje más personal. 
Por Harry Czechowicz
 

Después de llegar a esta ciudad, o cualquier otra donde hay que pasar meses o tiempos indeterminados, como residente o inmigrante, hay una parte de mí que quedó atrás, mayormente relacionada con mi vida profesional,  cuando estaba ocupado, intelectualmente activo, útil, vital. Aún a pesar de estar consciente acerca de los problemas que me impulsaron a emigrar, también sabía que mi autoestima estaba ligada a mi identidad profesional, como compartir con otros colegas y atender a mis pacientes.

Ciertamente, después de un tiempo apreciable sin trabajar, comencé a sentirme diferente, aislado, demasiado desocupado por demasiado tiempo. Pensé que era parte del Trastorno Afectivo Migratorio, que describí en el libro sobre Inteligencia Migratoria. También me sentía poco querido por mi esposa, cuando en realidad lo que sucedía era que me estaba sintiendo mal conmigo mismo. Muy mal. Mis reflexiones no me servían para aliviar la carga del vacío. De no ser yo. De quizás no volver a serlo por largo tiempo.

Recordé que en muchas dolencias que causan malestar y el dolor, los tratamientos para enfermedades físicas hacen que los pacientes se sientan avergonzados, que se sientan como una carga para sí mismos y sus familiares,  porque literalmente no están dentro de ellos, se desconocen a sí mismos, se sienten ausentes.

El oxígeno para vivir con dignidad estaba en hacer lo que mejor sabía. Mi profesión. Fuera de esa simbiosis entre persona y profesión no había suficiente aire.

La conclusión de que me debía querer hasta que volviera a ser yo mismo se transformó en un reto. Lo comenté con mi esposa. Recuerdo que le dije que pacientes míos con enfermedades debilitantes y progresivas, o pacientes con tumores que necesitaban cirugías y tratamientos, se reunían en mi consulta y conversábamos acerca de la importancia de los cuidadores, acostumbrados hasta entonces a verlos sanos, funcionales, vitales. Mientras estaban sanos y sin problemas eran ellos mismos, con control relativo sobre la mayoría de las situaciones cotidianas. Ahora y por un tiempo indefinido iban a necesitar del cuidado de sus familiares, cotidiano, con amor, respeto y paciencia. Hasta que volvieran a ser, en el tiempo, una versión cercana a lo que fueron otrora, pero cambiados por la experiencia de lo inesperado.

Así, volver a mí mismo significaba poder pedir ayuda, sin pena pero con claridad, para evitar distancias y promover cercanías desconocidas porque las circunstancias cambiaron. Por un lado necesitaba una buena dosis de consideración hacia mí mismo. Replantear y revisar mi cotidianidad, crear actividades nuevas, comenzando con caminar y tener diálogos internos que fueran mejores y más constructivos. Los diálogos con mi esposa-cuidadora, o yo-cuidador de mí y de nuestra relación, necesitaría tiempo para redefinirse mientras cada uno volvía a habitarse a sí mismo/a.

Mientras tanto, debía prevenir discusiones banales que eran como síntomas de esa ausencia interna que yo sentía. Era un convenio de apoyo mutuo que iba a exigir aliento, alegría y apoyo continuo en lugar de impaciencia, malos humores y soledad.

Por eso, antes de emigrar, pero sobre todo después de haber llegado, mientras transcurra el tiempo necesario para reaccionar y tener posibilidades de ser de nuevo usted, comprométase consigo y con la gente cercana que le es importante afectivamente, a decir "quiéreme, hasta que vuelva a ser yo mismo”.

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