Cómo preparar hallacas en Escocia y no morir en el intento

Gianni Mastrongioli Salazar es un joven venezolano radicado en Escocia. Como suele suceder, cuando llega diciembre la nostalgia se hace más intensa, hasta tal punto que Gianni, lejos de su familia, decidió preparar sus propias hallacas. Compartimos aquí su simpática experiencia. 



"Escotihallacas"

Después de cuatro días de arreglar hojas, amasar cantidades exorbitantes de harina PAN, picar aliños hasta perder la cutícula y tragar café al ritmo de boleros viejos para mantener las energías, les presento las "escotihallacas". ¿Por qué "escotihallacas"? Pues, porque la carne es de Aberdeen; el hilo con el que las amarré, de Glasgow; los pimentones, de aquí de Edimburgo; el cochino, de Perth; el colorante, de Leith. Todas regiones de Escocia. Y así sucesivamente. No obstante, lo más importante de este conjunto de ingredientes es que, el que puso el corazón, fue un venezolano. El amor, la dedicación y el cariño provino de Venezuela.

Si algo hemos demostrado muchos de nosotros los de la diáspora, es la necesidad de continuar con estas tradiciones para no perder contacto con las raíces, so pena de nuestros miedos por ser "primerizos" en estos menesteres. Los olores, los ritos relacionados a la preparación y el cansancio físico me recordaron aquellos días de hallaca en familia; una manera muy subjetiva de materializar las añoranzas. Sobre todo, al momento de haber abierto la primera y haber sentido que el gusto es exactamente como el de casa.

¡Agárrate, Scannone, que te quedaste sin trabajo!

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Haciendo honor a nuestras estrafalarias creaciones culinarias decembrinas, hoy me traje una hallaca para el almuerzo. Al meterla en el microondas con una bolsa de supermercado bien amarrada, la oficina atestada de esa fragancia a plantación barloventeña, exótica para los olfatos nórdicos de mis colegas escoceses. La incógnita fue tal, que vi cabezas alzándose por encima de los computadores.

Expresiones de asombro, puñados de hojas verdes en el cesto de la basura. Fue toda una revelación del Nuevo Mundo; fue como si, de repente, me hubiese transformado en una especie de “Mowgli sudamericano”, el joven que come de los frutos provenientes del monte. Sin embargo, no es aquí donde se concentra lo que me dio risa del asunto. El jefe del departamento de investigaciones de la biblioteca, un señor de flux negro, nariz respingada y mirada sobre los hombros, se me acercó al mejor estilo de Sir Walter Raleigh en pleno siglo XVI, me preguntó:

- Gianni, ¿puedo saber que comes?
- El plato típico navideño de Venezuela.
- ¿Y puedo saber cómo se llama?
- Claro, hallaca.
- What?
- Sí, hallaca.
- ¿Y tiene traducción al inglés?
- Pues claro, llámela "there and here".
- ¿There and here?
- Sí.
- ¡Qué nombre tan interesante! Luego me explicas cómo hacerlo.

Y el hombre se regresó satisfecho a su puesto, creyendo haber engañado al bárbaro con sus supuestos intereses. Y el bárbaro siguió comiendo de su "there and here" sin que nadie más, por motivo de la incomprensión, lo interrumpiese.


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Ponche crema, listo. Esta vez no me tocó llamar a mi abuela, quien es del departamento técnico de las hallacas, sino a mi mamá, antigua encargada del suplemento de bebidas alcohólicas para Navidad. Antes, digamos, cada uno tenía su rol en estas fiestas. El mío, además de probar y dar el visto bueno, era el ser "como María", la de Ángel Lozano: ayudar sin abrir la boca. Pero ayudar, a fin de cuentas. Y vaya que funcionó. 

Los cálculos mentales, de las cantidades a ojo pelado, retornaron esta semana. Ron, leche condensada, huevos. Tanto de aquello, tanto de esto. Resultado, dos botellas potentes para emborracharnos en Nochebuena. Falta la torta negra y el pernil, que vendrán luego. Quizás, también compre unas cajitas de Senokot para calmar estas ganas de ser lambucio.


¡Felices fiestas!!!

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