Luis Yslas: “Para cuando entendí lo que significaba ser extranjero, ya me sentía venezolano”. Migración de Ida y vuelta.

Continuando la serie de entrevistas a personas que llegaron a Venezuela desde otro país, hicieron su vida, y regresaron recientemente a su país de origen, compartimos hoy las hermosas y emotivas palabras de Luis Yslas. Escritor, editor y docente, nació en 1972 en El Callao, Perú, vivió en Venezuela durante 38 años, desde 1979 a 2017, año en el que regresó a Perú. Preguntado si considera que tiene dos nacionalidades, Luis Yslas responde: Me gusta decir, como el Inca Garcilaso de la Vega, que de «ambas naciones tengo prendas». 
Por Blanca Strepponi


“La vida traza espirales inesperadas”.
Luis Yslas con su madre, Elsa Prado, en Lima.

Llegué a Venezuela con mis padres y mi hermana en 1979. Yo tenía siete años, es decir, más futuro que memoria. Recuerdo que aterrizar en Caracas fue como llegar a un campamento vacacional. Tenía noción, claro, de estar en otro país, pero la palabra extranjero no resonaba en mí de ningún modo. Me sentía más bien un aventurero. Para cuando entendí lo que significaba ser extranjero, ya me sentía venezolano. Lo que pasa es que para mí la sensación de extranjería no tiene que ver con el territorio, sino con algo más anímico, acaso metafísico, que pasa siempre por el trato con los libros. 

La lectura es un oficio de migrante
Esto que voy a contar tal vez explique mejor esa sensación. Pocos días antes de partir de Venezuela, desocupé mi biblioteca. Metí buena parte de mis libros en cajas que luego envié a Lima por correo. En ese momento me di cuenta de que estaba embalando un tercer país, o un planeta lleno de países. Razón tenía Elías Canetti cuando escribió que «la mejor definición de patria es biblioteca». Durante años, desde que estudié Letras en la UCAB, me había estado preparando, sin saberlo, para ese instante de revelación: yo no era sino un lector, es decir, un ser fronterizo que va de libro en libro ejercitando el placer (y a veces el dolor) de la fuga en el desplazamiento imaginario. Los libros son credenciales de extranjería y la lectura, un oficio de migrante. Lo que quiero decir es que todo lector, o al menos el tipo de lector obsesivo que soy yo, descubre que su lugar de origen no es algo estático, sino un continuo pasar de páginas, de la partida al regreso, en un camino de doble vía que termina en ese último renglón que desconocemos. No soy extranjero porque haya vivido en un país donde no nací. Soy extranjero porque soy lector de literatura y no voy a dejar de serlo, es decir, soy un extranjero vitalicio. 

«La mejor definición de patria es biblioteca»
Nunca me sentí discriminado 
No me gusta hacer generalizaciones. Un país es mucha gente, es decir, muchos comportamientos disímiles. Vistas de cerca, las personas no son una nacionalidad, sino un coctel de conductas diversas que hace imposible adjudicarles una identidad fija. Pero desde mi experiencia personal sí puedo decir que nunca me sentí discriminado por ser peruano. Siempre anduve a mis anchas, como en casa, en Venezuela. Incluso cuando esa casa empezó a desmoronarse, jamás dejé de sentirla como un hogar. Sí fui discriminado por pensar distinto a la maquinaria de odio, saqueo y mortandad que instaló el chavismo en el país. Esa discriminación, propagada por una minoría desde el poder, con el tiempo se convirtió en amenaza y sometimiento para muchos venezolanos. Eso me obligó a abandonar el país, que es también mi país. 

Las marcas de origen
Nunca “olvidé” que habia nacido en otro país, porque mis padres, mi hermana y yo manteníamos un contacto frecuente con el resto de mis familiares en el Perú. Cuando podíamos, incluso, viajábamos de visita, y la memoria se refrescaba. Era como regar de vez en cuando las raíces. Esas marcas de origen difícilmente se olvidan. Ahora, más bien, ocurre el proceso inverso: mi esposa y yo mantenemos una comunicación diaria con amigos y familiares en Venezuela, incluso ella trabaja para un medio periodístico venezolano. Es otro origen que deseamos mantener vivo en nosotros. 

Los juegos de infancia
Me preguntas cuánto tiempo pasó antes de sentirme integrado. Supongo que uno se siente integrado cuando es admitido en un campo de juego. Recuerdo los días felices en que salía a jugar fútbol o béisbol con mi grupo de amigos de La Candelaria. Pocas cosas otorgan más sentido de pertenencia que participar de esa fraternidad que propician los juegos de infancia. Ese grupo de amistades estaba compuesto además por hijos de españoles, portugueses, colombianos, ecuatorianos, chinos, italianos e, incluso, venezolanos. Supongo que nadie discriminaba a nadie porque todos teníamos un vínculo que estimulaba la complicidad y atenuaba las marcas de procedencia. Hay otro tipo de integración, digamos, más oficial. Esa ocurrió en el año 2007, cuando obtuve la nacionalidad venezolana, y fue algo que no me emocionó tanto como podía esperarse. Ese papel no hacía sino confirmar algo que ya sabía. Por eso asumí la naturalización con naturalidad porque emocional e intelectualmente ya la había internalizado.


Luis Yslas con su esposa Melanie Pérez, en Venezuela.
Las señales
Una tarde recorrí varias panaderías y no encontré pan. Esa fue la primera señal. La segunda fueron los dos robos a mano armada que sufrió mi esposa. Más que mensajes fueron amenazas que nos llevaron a tomar la decisión de viajar al Perú y rehacer nuestras vidas. El hambre y la muerte se nos mostraron demasiado cercanos como para no tomar cartas en el asunto. Cartas de supervivencia: la nuestra, pero también la de nuestros familiares a quienes podríamos ayudar mejor fuera de Venezuela. 

El regreso
Los meses previos a mi partida de Venezuela, mi mente estaba más enfocada en salir que en llegar, en todo ese padecimiento que significa mudarse de país. No tuve tiempo de imaginarme nada sobre la realidad a la que llegaría, pero confiaba en que todo iría adquiriendo una forma manejable. Sabía, eso sí, que no arribaba a la nada: contaba, y cuento, con una familia limeña generosa. Hace apenas un mes que mis padres, mi hermana, mi cuñado y mis dos sobrinas llegaron al Perú para quedarse. Así que mientras aún me estaba habituando a Lima, ahora me toca ser anfitrión de mi familia recién llegada. Son cambios intensos que aún estoy procesando y a la vez contemplando en los otros que hoy viven conmigo. Y los cambios en compañía se llevan mejor.  
En este regreso al Perú, mi esposa y yo hemos contado, como dije, con el apoyo de la familia, y también de varias personas que, sin conocernos, nos han tendido la mano y han creído en nuestro trabajo. Es comprensible que la sensación de bienvenida sea inmediata. La integración, por el contrario, lleva tiempo. En este año y medio que tengo viviendo en Lima, he podido trabajar en el campo de la edición, dictar talleres literarios, coordinar clubes de lectura, administrar una biblioteca, iniciar estudios de postgrado en la Escuela de Letras de la Universidad de San Marcos. Labores, aprendizajes y placeres ligados de manera estrecha con mi oficio de lector. Desde la distancia podría decirse que estoy integrado, pero no sería exacto. Vengo de un país desintegrado, y llevo parte de esa desintegración en mí. Supongo que eso hará más lento el proceso de adaptación, y está bien que así sea. Puede ser un recordatorio de que nadie se adapta del todo a nada. O de que soy un inadaptado por naturaleza. 


Luis con sus padres: Elsa Prado y Lucho Yslas, 2018
Observar el mundo sin anteojos
El narrador peruano Carlos Yushimito piensa que la experiencia de la migración obliga al escritor a observar el mundo sin los anteojos puestos, por lo que recomienda «limpiarse los ojos llenos de tierra». Es decir, luchar contra aquellos contornos que alguna vez fueron sólidos y nítidos. 

Es posible que migrar produzca una dificultad óptica que, a diferencia de la presbicia, no exija un distanciamiento para ver con más nitidez la realidad, sino una voluntad de integración con el nuevo territorio y de insumisión frente las viejas referencias de la mirada. Coincido con Yushimito: hay que aprender a limpiarse los ojos llenos de la tierra abandonada, aunque las retinas sufran ese brusco pero necesario frotamiento de lo que dejamos atrás.

Mi impresión es que mis connacionales, al menos los que conozco, suelen ser muy duros en sus críticas al país, en especial, a la realidad política y económica. Y hacen bien. No pueden esperar a que las cosas se vuelvan irremediables. Sin embargo, yo no puedo acompañarlos en esa severidad, pues casi todo me resulta, por contraste de donde vengo, un bienestar y, a la vez, un campo inexplorado. Prefiero hablar menos y observar más. Tratar de entender el nuevo territorio. Sería además irresponsable de mi parte emitir opiniones encendidas sobre un país al que recién llego y cuyos problemas desconozco en profundidad. Migrar puede ser un aprendizaje de la mirada: observar lo nuevo con menos nostalgia que asombro, y con más prudencia que intromisión.

Un daño descomunal
Mi familia abandonó el Perú durante la crisis del gobierno militar. Casi 40 años después dejamos una Venezuela arrasada por el militarismo chavista. Jamás creeré en esa plaga uniformada cuyo apetito de poder se disfraza de protección y salvación nacionales. El daño, contabilizado en tiempo, expansión y profundidad, ha sido descomunal. Aunque estoy seguro de que Venezuela mejorará, estimo que no será pronto. Para cuando eso ocurra, es posible que yo no cuente con la energía necesaria para recomenzar por tercera vez. Hoy veo a mis sobrinas caraqueñas jugar en una plaza del Callao —lugar donde nací—, con la edad y la despreocupación que yo tenía cuando llegué a Venezuela. Pienso que la vida traza espirales inesperadas, y que tal vez sean ellas las que regresen algún día y descubran que el país que dejaron es tan suyo como el país al que retornan. Al final, la última palabra la tiene Vallejo: yo no sé.

Septiembre de 2018.


Comentarios

  1. Excelente relato! Suerte y éxitos en Perú.

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  2. Muy buena perspectiva de la migración. Lo leí teniendo como fondo musical a Horacio Blanco y Desorden Público cantando "Los que se quedan, los que se van..."

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    1. Un gran abrazo, querido Oswaldo. Si es con esa música, que la tierra tiemble.

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  3. Que orgullosa me siento de Ti Sobrino!! Muy lindo y Verdadero tu relato Dios te Bendiga !!!

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  4. Más que un relato personal lo aprecio como una sucesión de consejos que todo emigrante debe tener en Cuenta, desde lo emocional e intelectual Gracias por el regalo

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  5. Siempre le segui como Rosa Elena Albornoz en tweeter asi que gracias ñor ese hermosos relato lleno de narrativa...veo en ti un futuro escritor en puertas exitooossss !

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  6. Bello escrito, puede leer esos sentimientos entre lineas, una perspectiva muy inteligente, aplausos para ti y bendiciones para todos.

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  7. Buenos comentarios sobre la inmigración, recomiendo que debes adaptarte poco a poco a costumbres,comidas, lenguaje o dichos, porque si te pones hacer comparación con tu país, nunca vas a lograr ese equilibrio, tu Venezuela déjala en tu mente y sueños, no comentes esas comparaciones, porque terminas excluido de nuevas amistades, lo se porque estuve viviendo 5 años en Centroamérica, Honduras, estudiando Agronomia, en el Zamorano, por cierto una gran Institución donde se aprende a haciendo las °Learn by doing°. Bueno suerte en el Perú, en Venezuela se avizora un cambio y cuando estemos en Democracia puedes venir a tu otro país, de visita o otro menester, supongo que todavía tienen familia.

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