Todos necesitamos la aprobación de los demás

Partiendo de que resulta imposible lograr la aprobación ajena por unanimidad, aceptar las propias necesidades constituye el primer paso para satisfacerlas.
Por Francesc Miralles  
 



Todos necesitamos, en mayor o menor medida, la aprobación de los demás. Incluso las personas con más autoestima se encuentran tristes y heridas cuando no se sienten aceptadas por su entorno. Así como los niños reclaman que los adultos aprecien sus manualidades, también en la madurez deseamos ser amados, comprendidos o, como mínimo, respetados. Para conseguirlo, mucha gente se afana en desplegar una amabilidad y generosidad excesivas, que no garantizan en absoluto el aprecio de los demás. Como si estuvieran en deuda con el mundo, el ansia de complacer a otras personas se puede convertir en una adicción por la que se paga un precio alto: olvidarse de las propias necesidades.

Hace dos siglos, el filósofo alemán Arthur Schopenhauer reflexionó: “Resulta casi inexplicable cuánta alegría sienten las personas siempre que perciben señales de la opinión favorable de otros, que halagan de alguna manera su vanidad. A la inversa, es sorprendente hasta qué extremo las personas se sienten ofendidas por cualquier degradación o menosprecio”.

Luchar constantemente por la aprobación ajena, además de resultar muy estresante, nos obliga a vivir según lo que los demás esperan de nosotros, dejando de lado nuestras metas personales. Así lo exponen en su libro ­Tackling your Dire Need for Approval (Abordar tu desesperada necesidad de aprobación) los psicólogos estadounidenses Albert Ellis y Robert Harper. Apuntan, además, que, “irónicamente, a mayor necesidad de amor, menos respeto y aprobación recibimos. Tratar desesperadamente de agradar nos convierte en personas débiles y menos deseables a los ojos ajenos, pudiendo llegar a ser incluso una molestia para los que nos rodean”.

A las personas que tratan de complacer a todo el mundo les horroriza la posibilidad de que alguien pueda enfadarse con ellas. Pero parten de una creencia equivocada: no necesitamos demostrar a nadie nuestra atención a todas horas para obtener su amor. Sintetizando las conclusiones de Ellis y Harper, esta dependencia nos causa los siguientes problemas:
  • Sentimiento de inutilidad. Fijar nuestro valor basándonos en la opinión ajena nos coloca en una posición de vulnerabilidad y dependencia. De hecho, cada vez que actuamos en función de lo que quieren los demás, perdemos el control sobre nuestra vida.
  • Frustración permanente. Por mucho que nos esforcemos, nunca gustaremos a todo el mundo. Siempre habrá alguien que no nos valore, y no solo por una cuestión de afinidad. Lograr el cariño de todos es imposible por un hecho muy simple: hay personas limitadas emocionalmente que no son capaces de amar.
  • Pérdida de objetivos vitales. Con el fin de complacer a los demás, nos podemos encontrar haciendo cosas y frecuentando a gente que en realidad no es interesante. El precio de este comportamiento es que desaten­demos todo lo que en realidad desearíamos estar haciendo.

Contra la presión irracional de intentar agradar a todos, Wayne W. Dyer calcula que el 50% de la gente con la que uno se topará en su vida no estará de acuerdo con nosotros, e incluso nos criticará. Dyer sostiene que cuando detectemos una falta de afinidad, en lugar de ofendernos, sencillamente debemos pensar que hemos topado con un miembro de ese 50%. Es alguien que pertenece a otro club, como cuando encontramos por la calle a un aficionado con la camiseta del equipo rival. No es necesario hacer de ello un drama.

Gran parte del sufrimiento de los que se sienten en deuda con el mundo obedece a puras conjeturas sin ninguna base real. ¿Cuántas veces hemos interpretado que alguien está enfadado con nosotros por el solo hecho de no contestar de inmediato un mensaje de WhatsApp? Podemos estar horas pensando que hemos disgustado a esa persona, analizar nuestros posibles errores, concluir incluso que nuestra relación será mucho más fría a partir de ahora. Finalmente, descubrimos que estaba en el cine o en un congreso que no le permitía atender mensajes personales, por ejemplo. Es muy probable que esa persona no haya pensado en nosotros un solo instante, ni para bien ni para mal, por lo que si luego le llamamos y le transmitimos nuestra ansiedad, no la va a entender. Este es un ejemplo típico de sufrimiento injustificado a causa de la opinión ajena, ya que nos preocupamos por reparar algo que no se ha roto en absoluto.

¿De dónde viene toda esta ansiedad? Según afirma Joyce Meyer en su libro Adicción a la aprobación, “la constante necesidad de aprobación se debe a una inseguridad que, en algunos casos, tiene su origen en un abuso sufrido en el pasado, ya sea físico, verbal o emocional”. Para superar la inclinación de gustar, explica, “hay que enfrentarse a las emociones negativas que esta conlleva y que normalmente son sentimientos de culpa, vergüenza e ira”. El paso más importante es aceptarse tal como es uno. La necesidad de gustar cambia cuando apartamos el foco de la mirada ajena y decidimos respetarnos y amarnos a nosotros mismos.

Aunque llevemos muchos años malviviendo para complacer a los demás, todo se transforma en el momento en que tomamos conciencia de lo que hacemos y, sobre todo, de por qué lo hacemos. Las siguientes preguntas, sencillas y directas, nos ayudarán a esclarecer si nuestra forma de actuar tiene sentido:
  • ¿Busco complacer a esta persona o a este grupo de gente porque me une a ellos un afecto profundo? ¿O existe otro motivo?
  • ¿Qué sucedería si yo dejara de actuar en función de lo que creo que esta persona o este grupo esperan de mí? ¿De qué manera cambiaría mi vida si yo modificara mi comportamiento? ¿Sería peor o solo diferente?
  • ¿Cómo actuaría en cada situación si atendiera en primer lugar a mis propios deseos y necesidades?
  • ¿Por qué no atiendo a ellos? Si es a causa del miedo, ¿qué es lo peor que podría suceder?
  • ¿Soy capaz de hacer cosas que tienen significado para mí, independientemente de lo que agrade o desagrade a los demás?
Esta clase de diálogo interno puede ser muy iluminador, ya que nos ayuda a entender lo que hacemos, y por qué. Nuestro objetivo debe ser alcanzar el compromiso con nosotros mismos para, desde la sinceridad y sin dejar de prestar atención a nuestras necesidades, relacionarnos con los demás de forma saludable.

Lógicamente, si ponemos en marcha un cambio de prioridades, no nos faltarán las críticas o la gente en nuestro entorno que dirá sentirse defraudada al estar acostumbrada a ciertos privilegios. Sin embargo, quienes de verdad nos quieren no tardarán en acostumbrarse y, si desean lo mejor para nosotros, nos apoyarán en el cambio.

Una vez asumimos que no tenemos por qué gustar a todo el mundo, del mismo modo que sabemos que existen personas que no nos agradan por sus modales, valores o forma de proceder, recobramos la libertad para vivir y sentir desde la autenticidad. Cuando nos aceptamos plenamente a nosotros mismos y respetamos la libertad de los demás, que no tiene por qué comulgar con nuestra forma de ser, ganamos un espacio precioso en nuestra vida para compartir nuestro tiempo, ideas y sentimientos con personas con las que sí tenemos complicidad.

Liberados del deseo de llevar a nuestro terreno a aquellos que nada tienen que ver con nosotros, contaremos con un caudal de energía y amor inesperados. Estaremos cambiando una deuda ficticia con el mundo por un sentimiento de gratitud. Esta sensación nacerá de la oportunidad de compartir lo mejor de nosotros con quienes, desde el reconocimiento y la libertad, quieran acompañarnos.

Fuente: http://elpais.com/elpais/2015/04/08/eps/1428508169_306624.html

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