Unos se van, otros vienen


Lo que me gusta de aquí
Cuando muchos venezolanos se van, ellos vienen. No arribaron con el boom petrolero de la Venezuela saudita, sino en el convulso siglo XXI. Y apostaron por una historia nueva en este país que celebran. Aquí reivindican y comparten lo que les agrada de esta nación con mucho que ofrecer
Sonia Lloret 18 de noviembre 2012


Francisco Moreno estudió Economía en su Argentina natal y mientras se dedicaba a sus negocios inmobiliarios en Buenos Aires, se inscribió en unos cursos de la fundación internacional El arte de vivir. Tan profunda fue su experiencia que se convirtió en instructor de las famosas técnicas de respiración. Y bajo esa misión llegó a Caracas empujado por el líder la organización Sri Sri Ravi Shankar. “En una charla comentó que Venezuela era un país con muchos recursos y que su gente debería estar contenta. Entonces me miró y me dijo: tú podrías ir”.
Francisco Moreno aterrizó en Maiquetía en noviembre de 2008 para dictar dos talleres. “En enero volví, luego en abril y así durante todo un año hasta que sentí que había llegado el momento de alquilar un lugar. Recuerdo que me hablaban mucho de la inseguridad y al principio creí que no era tan grave, pero con el tiempo me di cuenta de que era un problema”.
Sin embargo, a este sureño eso no fue lo que más le impactó del país, sino lo positivo de su gente. “La apertura mental, el espíritu de búsqueda y la mirada espontánea del venezolano me parecen increíbles. Además, eso de que vayas al mercado y la cajera te diga: ‘mi amor agarra la bolsa’ es lindísimo” (risas).
La omnipresencia de la naturaleza es otra de las cosas que destaca. “Es muy fuerte en todas partes, pero en Caracas con El Ávila es muy profunda. Puedes estar en la cascada de un río sin salir de la ciudad y por donde caminas hay árboles, flores y plantas”. Pero si hay un legado de su paso por este país, ese se ha producido a nivel interno. “Aquí me di cuenta del potencial que todos tenemos para generar felicidad en los demás. Si me hubiera quedado en mi zona de confort y no hubiera vivido esta aventura diaria jamás lo hubiera sabido. Estos últimos cuatro años han sido los mejores de mi vida. Yo me enamoré de Venezuela y de los venezolanos”.

 “En Venezuela todo es posible”
Cuando Lise Drouilly tomó la decisión de venir a Venezuela, escuchó repetidas veces la misma frase: “¡¿Estás loca?!” Y, en realidad, esta parisina no estaba del todo convencida de su decisión. En 1996 pasó unas vacaciones en Venezuela mientras vivía en El Salvador junto con su madre, diplomática de profesión. “Me pareció un país muy lindo y chévere para la fiesta, pero no lo vi como un destino para trabajar”. En 2006, ya graduada en la escuela de Ciencias Políticas Sciences-po de París, una amiga la convenció para montar una agencia de comunicación en Caracas.
“De verdad pensé que íbamos a fracasar, pero me dije, ‘¿qué podemos perder si lo que necesitamos son dos computadoras y mucha energía?’ La idea de intentarlo me divirtió a pesar de que mis amigos venezolanos en Francia me hablaban de todos los problemas, pero tres meses después la empresa ya era una realidad. Funcionó de inmediato y nuestro primer evento fue de L’Oreal”.
Desde entonces la aventura empresarial de Drouilly ha sido un éxito y ha tenido la posibilidad de conocer un país muy “creativo”. Y si bien en los primeros compases se topó con algo de la “viveza criolla”, pronto supo discernir quién de verdad venía a ayudar. Su día a día transcurre en Los Palos Grandes y aunque extraña caminar a cualquier hora y la oferta cultural parisina, en este rincón del trópico encontró la posibilidad de desarrollar una carrera. “Eso es lo positivo de arriesgar. No quiero decir que sea fácil, se necesita mucha perseverancia, pero todo es posible. En Europa hay más pesimismo y siempre las personas dicen que es difícil hacer las cosas. Aquí se puede soñar y los sueños se pueden convertir en realidad”.


“En este país encontré la felicidad” 
La historia de Javier Antonio Prieto, alias Chicho –su nombre artístico–, es de idas y venidas. Nació en este terruño tropical, pero a los dos años sus padres se lo llevaron a España junto con sus hermanos y allí se crió. En Caracas se quedaron sus abuelos y parte de su familia, por eso venía a pasar algunas navidades, pero nunca se le ocurrió quedarse. Sin embargo, este año su visita de un mes ya va para los seis. ¿Qué fue lo que cambió esta vez? Lo deja muy claro con su acento cordobés: “Conocí a una maravillosa persona, mi novia Margaret. Además, probé suerte con el trabajo y hasta ahora, gracias a Dios, no me ha ido nada mal”.
Chicho asegura que la llegada puede crear dudas. “La primera impresión al subir del aeropuerto es impactante, ver las carreteras llenas de huecos me entristece. Creo que el venezolano tiene que cuidar y querer más a su país. Lo curioso es que a pesar de todo este descontrol, aquí la gente transmite alegría”.
Con su arte flamenco en las venas, Chico destaca como percusionista, guitarrista o cantante ya sea en fiestas privadas o en los restaurantes El Jaleo, Casa Cortés o la Taberna de Félix. “Llevaba casi un año sin trabajar en Andalucía y desde que llegué no he parado. No me lo puedo creer. La vida del músico es difícil en todas partes, pero este país me ha dado la oportunidad de ir hasta el Teresa Carreño. En España nunca pude acceder a un teatro de tanta envergadura. De verdad que fue llegar a Venezuela y encontrar la felicidad. Así que de momento me quedo. Yo soy de los que vive el presente y no hago planes para el mañana”.


“Este es un pueblo bueno y tiene que encontrar su camino” 
Pocas semanas antes del 11 de abril de 2002, Waleska Schumacher apostaba por su matrimonio en Venezuela. Atrás dejaba la empresa vinícola paterna de la ciudad brasilera de Bento Gonçalves. “Me vine con los ojos cerrados por amor y no valoré el tema político, tampoco evalué mucho lo que iba a hacer. Aquellos días no fueron nada fáciles”.
Pero Schumacher se quedó y comenzó a ver el país más allá de la coyuntura. “Cuando pasé por primera vez la autopista Caracas-Valencia para mí fue un modelo de infraestructura que entonces no existía en el sur de Brasil. También me llamó la atención la calidad de algunas revistas”.
Como comunicadora social, dio clases en la Universidad Católica Andrés Bello, pero al poco tiempo volvió al sector que más conocía: el vinícola. “Vi una gran oportunidad ante la poca presencia de vinos argentinos y construí junto con mis socios la importadora Maison Blanche que es como un hijo. He luchado mucho y en diciembre también introduciré por primera vez etiquetas de una bodega de mi país”.
Hoy ya no está casada y si bien la Venezuela actual le recuerda al Brasil de “inflación alta y de largas colas para poner gasolina” que dejó hace más de una década, apuesta por quedarse. “La vida que construí, los amigos y la empresa son suficientes razones. Este es un pueblo bueno y trabajador que tiene que encontrar su camino. Y yo quiero ser testigo de eso. Me siento brasilera-venezolana y aunque mis raíces están en el otro lado de la frontera, nunca podré desconectarme de este país”.

http://www.el-nacional.com/todo_en_domingo/gusta_0_81593819.html

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