Una cosa es viajar, otra cosa es irse.

El médico psiquiatra Harry Czechowicz creó el concepto de “inteligencia migratoria”, que se refiere a las destrezas necesarias para facilitar la experiencia de irse del país de residencia. “La falta de cohesión social es una de las causas que lleva a emigrar”, dice.
 
LAURA HELENA CASTILLO 25 de noviembre 2012


Al psiquiatra Harry Czechowicz no le gusta usar chaqueta. Esta vez, para la foto, quiso hacer una excepción. “No me gusta usar chaqueta”. Se paró de la silla, la haló, intentó domesticarla y se sentó. “No me gusta usar chaqueta”. Pero, al rato, Czechowicz se acostumbró y dejó de pensar en su ropa. Adaptarse es la clave y él lo sabe. Lo sabe y lo predica.
El médico atiende en un consultorio amplio que tiene las marcas de sus gustos. “Esto no es un altar de Gandhi, sólo que no sabía dónde ponerlo”, dice señalando un cuadro del líder indio. Hace cinco años y medio notó un cambio, una novedad en el motivo que llevaba a los pacientes a su consultorio en una casona silenciosa, arropada por la hiedra. “Comenzaron a llegar a la terapia personas que tenían como motivo principal de consulta la decisión de migrar. Llegó a ser 30% de los pacientes”, recuerda Czechowicz, que en 38 años de profesión se ha especializado en psiconcología, psicoterapia y terapia de parejas.

Una cosa es viajar, otra cosa es irse. Una cosa es desplazarse y otra es huir. Hay quien se mueve para encontrarse en el reflejo de una vidriera a 10.000 kilómetros del espejo de su baño; hay quien lo hace para perderse entre los sellos de un pasaporte. Los periplos emocionales de cada proceso de migración son tan distintos como las maneras de doblar la ropa en una maleta, pero hay unas cualidades que ayudan para que el proceso –siempre largo e impredecible– sea más leve. Una mochila de destrezas que Czechowicz bautizó como “inteligencia migratoria”.
Perseverancia, resiliencia, tolerancia, capacidad de perdonarse a sí mismo, adaptación a nuevas realidades laborales y disposición para aprender la estructura normativa del lugar al que se va son las más importantes. “Son destrezas que vienen de la psicología positiva. Todo es aprendizaje y modificación de conductas”, aclara.

El proceso que ocurre frente a los ojos de Gandhi no busca que el psiquiatra decida por el paciente. “La mayoría de la gente se va empujada, no por análisis. Soy pro análisis con asistencia y creo en el ensayo y error. Mi intención es que la gente se quede más tiempo para que, si se va, lo haga con más oportunidades. Emigrar trae implícito el derecho a soñar con un futuro mejor. Sin el elemento de esperanza, nadie emigra. Hay gente que se va creyendo que así va a resolver sus problemas; por ejemplo, se quiere divorciar y piensa que yéndose va a mejorar su matrimonio. Emigrar no soluciona nada, pero te transforma definitivamente”, señala Czechowicz.

Los migrantes –unos más, otros menos– han transitado un camino que, como una molienda, los exprimió. Es lo que el especialista llama “trastorno afectivo migratorio”. “Hay un conjunto de duelos, en racimo, que el emigrante va a vivir cuando se aleje de la familia consanguínea, la familia de trabajo, la de médicos y personas que le asisten la vida”. Eso, sin contar con el tiempo y su labor de decolorar la memoria: “Las comunicaciones por Facebook y Skype se van diluyendo. Por el control cambiario, hacia Venezuela no hay un gran sistema de remesas, con lo cual el vínculo económico se pierde. La gente aprende a vivir sin ti, pasas a ser un recuerdo”.
Mapas emocionales. En el propio Czechowicz hay una confluencia de idas y venidas: es hijo de inmigrantes polacos, nació en la parroquia Candelaria, se formó en colegios y universidades venezolanas, cursó un posgrado en Londres, logró –gracias a una larga diligencia que terminó resolviendo una anciana que había conocido a sus padres en París– los papeles polacos y fue inmigrante en Canadá, país del que todavía tiene la residencia. Sabe de mapas.

“Comencé a reconciliarme con todo lo que me molestaba de Venezuela cuando estaba en Toronto, donde tenía todo el tiempo del mundo para hablar con las ardillas”, dice. Fue, también, un migrante de retorno. Tiene todas las barajitas. “Replicar las comodidades que se tienen en Venezuela en otro lugar no va a dar reconocimiento social ni ciudadano, a menos que se viva en un gueto como Westonzuela. Llegas a otro país con un capital de trabajo que les parece interesante, pero la persona no les parece tanto. Cualquier migrante aspira a volver a ser ciudadano”.

De acuerdo con cifras extraoficiales, más de 1 millón de venezolanos vive en el extranjero. Czechowicz calcula que el fenómeno no tiene más de 15 o 20 años y se recrudece después de cada elección. Pasó con el 7-O. “La migración de retorno se pospuso por el resultado de las elecciones presidenciales”. Más que la inseguridad, la inflación o el desempleo, el especialista identifica una causa más dramática y difícil de modificar: “La falta de cohesión social y de una masa crítica que produzca cambios es una de las causas que lleva a la gente a pensar en emigrar. Aquí nadie siente que pertenece al problema del otro, sólo les preocupa su entorno inmediato. Eso marcó un antes y un después en la respuesta del colectivo. La emigración bajará cuando los dolientes sientan que no están solos”.

Pero ni siquiera hace falta comprar un pasaje para sentirse fuera del país. Basta con despertarse: “Ya hubo una gran migración: de Venezuela a la República Bolivariana de Venezuela. Un día nos despertamos, sin movernos, en otra realidad”.

El boarding pass de Harry
–El que piensa emigrar debe saber el nombre y el apellido del lugar adonde se irá; conocer los recursos con que cuenta (internos, externos, materiales) e identificar las redes de apoyo que tiene en el lugar.
–El tiempo de inversión para adaptarse psicológica y emocionalmente es de 2 a 4 años.
–Para las familias en más difícil, porque siempre hay uno que es el que empuja al resto.
–Los niños pasan a ser los padres de sus padres porque aprenden primero el idioma y se adaptan mejor. Los países receptores de migración apuestan a los más pequeños porque saben que sus padres van a pagar por su educación y los van a formar para el mercado laboral.
–Mientras más joven se emigre es mejor porque tiene menos que perder, la energía para equivocarse y corregir. No necesita tanto dinero porque sabe vivir con poco y todavía no tiene una identificación sobreestimada con su profesión.
–Un posgrado no es una experiencia migratoria. Es un programa de estudio con un comienzo y un final.
–Pertenece cuando se muda racional y afectivamente al otro lugar, y cuando entiende la correlación entre el esfuerzo emprendido y el resultado.
–El venezolano no planifica aquí, menos lo hace afuera. Los primeros 18 meses trata de conseguir un trabajo que se parezca a él, pero después busca el que sea. Un país es bueno en la medida en que ofrece opciones a sus ciudadanos.

fuente: http://www.el-nacional.com/siete_dias/Cualquier-migrante-aspira-volver-ciudadano_0_86992419.html

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